Una mujer de 79 años y un hombre de mediana edad fueron encontrados sin vida en sus casas tras días —o incluso meses— sin contacto con nadie. Ambos casos reflejan la fragilidad de vidas que pasan desapercibidas hasta el final.
En menos de 24 horas, Gijón ha registrado dos sucesos distintos pero con un denominador común estremecedor: el aislamiento extremo en el que vivían sus protagonistas. Una mujer de 79 años, residente en la céntrica avenida de la Costa, y un hombre cuya edad no ha trascendido pero que vivía solo en un piso del Polígono de Pumarín, fueron hallados muertos en sus domicilios tras largos periodos sin contacto con nadie.
El caso del hombre fue el más prolongado. Llevaba aproximadamente dos meses muerto en su vivienda, según las primeras estimaciones de los servicios forenses. El propietario del piso, al no poder contactar con él ni cobrar el alquiler, alertó a la Policía Nacional. La intervención conjunta de los agentes y el cuerpo de bomberos permitió acceder al inmueble, donde encontraron el cadáver en avanzado estado de descomposición. No había signos de violencia. Todo apunta, según la autoridad judicial que acudió al lugar, a una muerte por causas naturales. Nadie había preguntado por él. Nadie había notado su ausencia.
Horas después, otro caso sacudía a la ciudad. Esta vez, una vecina de 79 años, aparentemente en buen estado de salud, fue localizada sin vida en su vivienda de la avenida de la Costa. Fue una amiga, preocupada por no obtener respuesta a sus llamadas, quien dio la voz de alarma. Tras confirmar que no había ingresado en ningún hospital, los bomberos accedieron a la vivienda y encontraron su cuerpo sin vida. La muerte, también en este caso, se habría producido por causas naturales.
Vidas sin testigos
Lo que más estremece no es solo el hecho de la muerte, sino la invisibilidad con la que estas personas vivieron sus últimos días. Ninguna familia acudió a buscarlos. Ningún vecino denunció su ausencia. En el caso del hombre de Pumarín, ni siquiera se ha hecho pública aún su identidad completa, mientras el juzgado espera el informe forense para cerrar el caso.
En el de la mujer, solo una amiga se preocupó por la falta de respuesta, recordando que días antes le había comentado que se encontraba bien de salud. Esa amiga fue el único vínculo activo que permitió activar la alerta, aunque ya era demasiado tarde.
Ambos casos se suman a una larga lista de muertes silenciosas que año tras año golpean a las ciudades del norte de España, donde la soledad se ceba con personas mayores, jubiladas o con escaso entorno social. Gijón, pese a ser una ciudad dinámica, sufre también este fenómeno.
Una ciudad que envejece en silencio
Según el último informe demográfico del INE, más del 27% de la población gijonesa supera los 65 años, y en muchos casos lo hacen en soledad. La pandemia visibilizó este fenómeno, pero la vuelta a la normalidad ha devuelto también al olvido a quienes viven solos y sin redes de apoyo cercanas.
Los dos fallecimientos registrados esta semana son, probablemente, solo la cara visible de una realidad subterránea: personas mayores que viven en pisos alquilados, con pensiones modestas y escaso contacto con sus vecinos. En ambos casos, nadie denunció su desaparición formalmente.
Un grito mudo a la conciencia colectiva
Este tipo de noticias, más allá del hecho puntual, plantea una pregunta incómoda: ¿cuántas personas viven (y mueren) entre nosotros sin que nadie lo note? ¿Estamos dispuestos a mirar hacia otro lado cada vez que alguien desaparece tras una puerta cerrada?
La vicepresidenta del Principado, Gimena Llamedo, declaró recientemente que uno de los retos demográficos de Asturias es “luchar contra la soledad no deseada en entornos urbanos”, una promesa política que adquiere especial peso cuando noticias como esta se repiten.