Moralidades

Moralidades

Habitamos una sociedad muy maltrecha, un ambiente cargado de adjetivos tóxicos, apenas apreciables para el ciudadano que incomprensiblemente esteriliza sin queja alguna los mazazos más lamentables, las actitudes más despreciables firmadas por extraños servidores públicos, representantes elegidos con salario a cuenta de la caja universal que nos vemos obligados a reponer para que todo funcione de una manera zafia, amateur, tan osada como ignorante. Un país de lentos pero torpes en el que no se superan los inconvenientes creando desde la profesionalidad y el talento o partiendo del esfuerzo ante la dificultad sino aprovechando las ventajas y los caminos cortos desde el egoísmo más atroz y la sinvergonzonería generalizada. Como en el peor de los estereotipos de la peculiar historia de la infamia nacional, personajes conocidos para menor gloria de nuestro concepto de popularidad campan a sus anchas en el tráfico de influencias más rastrero y chapucero en un mapa del latrocinio donde a la honestidad se le llama pardillez y al atraco, habilidad. Esta galería de monstruos modernos que agrupa en el mismo salón a parientes del rey, expresidentes autonómicos, directores generales, sastres, chóferes, empresarios… es el escaparate del idiota. Parece como si en la necesidad, la inconsciencia del superviviente le haya llevado a mirar en los cajones, por fin, para comprobar que lo poco que quedaba se lo han llevado los ladrones a plena luz del día, en mitad de la ciudad y con el beneplácito de miles y miles de estafados. Mal asunto este de la indecencia.

 

ILUSTRACIÓN: La tribune des proprietaires ("La tribuna de los propietarios"), caricatura de Georges Goursat (Sem), 1910. Se representa a W.C. Vanderbilt, Edmond Blanc, Maurice de Rothschild, M. Prat, M. Gaston Dreyfus y M. Maurice Ephrussi.

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