Por Antonio Villarreal | SINC.- En los años ‘60, a un chaval de clase media le regalaban un juguete por Navidad. Si le tocaba el mecano, ya no tendría el Cheminova, pero algunos se dejaban la paga de la abuela en la droguería para montar su propio laboratorio casero. Los niños de los ‘90 disfrutaron de aquellas grandes cajas del Quimicefa, caras y llenas de materiales, que acabaron retiradas del mercado por peligrosas. Poco a poco, los juegos científicos fueron desplazados por las videoconsolas. Ahora, pequeños empresarios apuestan por juguetes sencillos que exciten la imaginación, la creatividad y la curiosidad; esas cualidades que comparten la infancia y la ciencia.
Acto I. Cuando los niños jugaban con bolitas de mercurio
Un día de 1958, el joven Moncho Núñez se dirigió con sonrisa de hucha rota hacia la Droguería Gallega de la calle Santa Catalina en A Coruña. Sacó cuidadosamente de su bolsillo 50 pesetas, las puso sobre el mostrador y dijo “deme el matraz”. El dependiente, de pelo blanco ensortijado, lo miró atónito. Qué matraz, pues qué matraz iba a ser sino aquel Belcor de 50 cc para el que este chico de 12 años llevaba ahorrando durante meses.
“En el curso 58-59 tuve mi primera clase de Física y Química” recuerda para SINC el hoy director del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología. “Un día nos llevaron al laboratorio y el profesor cogió un tubo de ensayo que contenía óxido de mercurio. Eran pequeños cristalitos, como de azúcar, de un color rojo brillante”. El profesor tomó el tubo con una pinza de madera y lo colocó inclinado sobre un mechero. Poco a poco, el óxido se oscureció y comenzó a emanar gas por la boca del tubo. Dentro se condensaban unas gotas que el profesor reunió en una bolita plateada de mercurio, que sobre la mesa reflejaba el asombro del joven Moncho y sus compañeros.
“Hoy ese mismo mercurio es peligrosísimo, pero antes, como no lo sabíamos, éramos felices”, dice Núñez.
A un amigo de Moncho los reyes le habían traído un Cheminova, un juego de química. “Íbamos a su casa. Recuerdo que llevaba a clase ácido tartárico y me daba a probar diciendo ‘¡mira, sabe a naranja!’ ¿O es la naranja la que sabe a ácido tartárico?”. Pero a él no le habían traído aquel maravilloso laboratorio en miniatura, sino un mecano. “Y ¿qué hacía entonces, si sólo tenía la peseta y media que me daba mi abuela los fines de semana para ir al cine?”. En una visita a la trastienda de la droguería, el matraz captó su atención.
Una de las primeras cosas que hizo con el matraz fue intentar hacer plástico. “Consistía en coger azufre, fundirlo, y añadirle agua para que supuestamente cogiera una consistencia flexible, como de goma”. Azufre en flor en el fondo del matraz. Lo calentó con el mechero de alcohol, quizá demasiado, vertió el agua y en fin, el experimento fue un desastre. “El azufre solidificado quedó pegado de mala manera a las paredes del matraz. No había manera de limpiarlo”. Así que el chico volvió a la droguería a preguntar cómo disolver el azufre.
“Tienes dos opciones: sulfuro de carbono o tetracloruro de carbono”, dijo el dependiente.
“Pues deme sulfuro de carbono”, le respondió Moncho.
“Sulfuro de carbono no hay”.
Acto II. Todos querían tener un Quimicefa
En enero de 1996, la Xunta de Galicia ordenó que fueran retiradas del mercado todas las unidades del juguete Quimicefa, después de que dos niños resultaran gravemente heridos en un accidente casero sucedido a finales de diciembre del 95 en Santiago de Compostela. No fue el único. En otro accidente en Bilbao, el joven Eduardo Rey Díaz y dos amigos sufrieron quemaduras de segundo y tercer grado jugando con un Quimicefa. “La pared de la habitación quedó completamente negra y las cortinas se quemaron”, relató la víctima a El País.
Un informe de los laboratorios Labein dictaminó que el juguete contenía sustancias peligrosas y no cumplía “en la mayoría de los apartados” con la normativa europea y las leyes sobre seguridad en juguetes.
La década de los ochenta supuso el apogeo del juguete científico-educativo en España. Especialmente, los laboratorios infantiles de química. Quimicefa y Quimionova, los más populares, rivalizaban cada Navidad por llegar a los hogares envueltos en papel de regalo. Pero todo apogeo tiene su declive y este acabó por llegar.
Como Núñez con su matraz, el cántabro Eduardo Blanchard también soñaba con hacer plástico. En 1946 fundó en Zaragoza la empresa Celulosa Fabril (CEFA), que empezó a elaborar cápsulas de celulosa para tapones de botella y, con el tiempo, otros derivados del plástico. En los 60, CEFA creó su línea de juguetes que incluía, además del hula hoop, el Quimicefa. Si lo piensan, era como comercializar una versión amateur de la propia CEFA.
El éxito de ventas del laboratorio infantil y la reconversión de la empresa matriz hacia el sector automovilístico llevó a la creación, en 1992, de CEFATOYS. Los desafortunados eventos ocurridos tres años más tarde minaron gravemente la popularidad del Quimicefa. Sin embargo, su rival no estaba en condiciones de aprovecharse de esto.
Mediterráneo, la juguetera de Aldaia (Valencia) que fabricaba el Quimionova, había nacido en 1978, una época previa a la adhesión a la Comunidad Europea y la importación de juguetes desde el sudeste asiático. La mayor parte de la industria juguetera española se concentraba entonces en el levante español. En 1981, solo en el norte de la provincia de Alicante –ciudades como Ibi, Onil, Castalla o Denia– había unas 230 empresas de juguetes.
Mediterráneo, con su célebre eslogan “Juguetes para compartir” registró unas buenas ventas durante los 80 y hacia mediados de los 90, cuando la industria juguetera valenciana entró en declive. En 1996, la compañía americana MB-Hasbro –por entonces la segunda empresa mundial en el sector– adquirió Mediterráneo por 1.600 millones de pesetas y dejó que la serie científico-educativa se muriera poco a poco.
Por último, aquel año los Reyes Magos trajeron por primera vez a los hogares españoles el juguete más codiciado del momento: la Playstation de Sony.
Acto III. Dejemos que los juegos vuelvan a ensuciar la ropa
El portugués Tiago Alves tiene un gran respeto a los clásicos. “Hace poco alguien me comentó que nuestros juguetes le recordaban a su antiguo Quimicefa, una marca muy antigua y de mucha calidad. Nosotros intentamos traer de nuevo esos juguetes a la sociedad, con una imagen atractiva, más del siglo XXI”, dice Alves, Director General de Science4You en España. La empresa, de origen portugués, busca desde hace tres años implantarse en nuestro país. Hace ya unos meses que forma parte del vivero de empresas del Parque Tecnológico de Madrid.
“Estas navidades suponen nuestra prueba de fuego”, comenta Alves a SINC. “Quedan aún las dos semanas más importantes en cuanto a mercado, pero los datos que tenemos por parte de distribuidores, detallistas y papelerías es que los juguetes están teniendo una gran acogida”.
“No creo que realmente los juguetes científicos pasaran de moda”, dice Alves. “Comenzaron a tener menos publicidad por parte de los medios, que se centraron más en cosas nuevas como la Playstation o la Wii”.
Para el portugués, un gran problema de aquellos juguetes científicos era el precio. “Eran caros y complejos, una caja grande llena de cosas. Nosotros intentamos es desarrollar juguetes de la misma calidad, sobre química, electrónica o energías renovables, pero menos complejos y más económicos”. Además, han llegado a acuerdos con varios museos de ciencia de toda España para regalar entradas con los juguetes.
Para cumplir las directivas europeas sobre seguridad de hoy en día, uno tiene que poder comerse cualquiera de los objetos que forman un juguete científico sin sufrir una intoxicación. “La nueva directiva tiene un enfoque grande sobre los reactivos químicos”, reconoce Alves. Pero, al igual que las leyes, la industria debe evolucionar. “Además de estar en el Parque Científico, tenemos una colaboración muy fuerte con la Facultad de Ciencias de Lisboa para supervisar los materiales que utilizamos”.
Para Alves, el único riesgo que tienen sus juguetes es que los niños pueden ensuciarse las manos y la ropa. “Pero esto es algo que los padres nos piden, que sus hijos puedan volver a ensuciarse como lo hacían ellos”.
Los años han pasado y los juguetes científicos ya no pueden matar a los niños por explosión o inhalación de vaho tóxico, pero a Moncho Núñez no le parece que esto tenga por qué afectar. “El juguete es, en definitiva, una invención del niño, que coge un objeto y lo consagra. Esa es la grandeza de la mente humana”, resume este divulgador gallego que sí conserva todavía aquel matraz.
Quimicefa fue uno de los juegos más populares en los '80 y los '90. Imagen: JaulaDeArdilla.