La historia de un pueblo honrado… y de unas cuantas mentiras que también nos hemos tragado
La escena es fácil de imaginar: un chigre del Nalón, una mesa de madera gastada, un culín de sidra y alguien que, entre risas, suelta la pregunta más puñetera de todas:
«¿Tú te fiarías de un asturiano?»
La respuesta instintiva suele ser un sí rotundo. El asturiano, en el imaginario común, es trabajador, directo, noble, hospitalario, de esos que “te abren la casa antes de saber tu apellido”. Un pueblo de palabra dada —y cumplida— que presume de francote, de llano y de cabal.
Pero a poco que se rebusque en la hemeroteca, en las conversaciones de sobremesa o en los rincones menos luminosos de la política y la economía, aparece otra historia paralela: timos legendarios, verdades maquilladas, autoengaños colectivos y medias verdades oficiales. Nada que no exista en otras regiones, pero suficientemente llamativo como para preguntarse: ¿es la confianza parte de nuestra identidad… o también nuestro punto débil?
Este reportaje recorre esos episodios donde la mentira, la ingenuidad y la necesidad de creer se han mezclado con la historia reciente del Principado.
1. Cuando Asturias soñó con petróleo: el “petromocho”
A finales de los años 80, Asturias vivía una mezcla de crisis industrial y hambre de futuro. Fue entonces cuando un empresario francés prometió que bajo nuestras montañas había petróleo a esgaya. Y no cualquier petróleo: uno que iba a transformar el Principado, atraer inversiones millonarias y convertirnos en potencia energética.
Aquello fue el petromocho, uno de los engaños más sonados de la España reciente.
Políticos, empresarios y parte de la sociedad civil se agarraron al sueño como si fuera la tabla de salvación final. Informes dudosos, afirmaciones sin contrastar, promesas gigantescas… El castillo se sostuvo más tiempo del que hoy parecería creíble.
Cuando por fin se desinfló, no solo quedó al descubierto el engaño: también las ganas colectivas de creerlo. El autoengaño fue tan fuerte como la mentira inicial.
Asturias quiso confiar. Y esa confianza, esta vez, salió cara.
2. El caso Marea: la corrupción que se intentó empequeñecer
Durante años, Asturias presumió de ser una comunidad “sin grandes escándalos”, diferente, decente, casi ingenua. Hasta que llegó el caso Marea, una trama de corrupción en torno a adjudicaciones irregulares y desvío de fondos públicos en el ámbito educativo.
Las piezas del puzle eran claras:
-
contratos inflados,
-
connivencia entre altos cargos y empresarios,
-
uso privado de dinero público,
-
y un sistema donde la vigilancia brillaba por su ausencia.
Lo más llamativo no fue solo el delito: fue el relato que se construyó para amortiguar el golpe. Durante meses, se repitió que era un “caso menor”, que afectaba a “una funcionaria”, que no había que exagerar. La mentira se convirtió en estrategia política: minimizar para sobrevivir.
Pero los tribunales acabaron dibujando una realidad difícil de maquillar. El caso Marea fue, durante años, la prueba de que Asturias tampoco era inmune a la corrupción… aunque muchos quisieran creer lo contrario.
3. El líder que decía no tener nada… y tenía demasiado
En Asturias se habló durante décadas de lucha obrera, de sacrificios, de minas que lo daban todo por la región. Por eso fue un terremoto cuando salió a la luz que uno de los líderes sindicales más influyentes del Principado había regularizado un patrimonio oculto millonario en una amnistía fiscal.
Al principio, todo fueron negaciones:
«Es mentira».
«Es una invención».
«Un ataque injusto».
Pero la realidad era tozuda. Años de prestigio y discurso de austeridad quedaron en entredicho.
La mentira no era solo económica: era moral. Un símbolo de la defensa del trabajador viviendo una vida paralela, opaca, inexplicable.
Aquel episodio dejó un agujero en la memoria colectiva: la sensación de que la confianza depositada no siempre estuvo bien puesta.
4. ¿Es Asturias un territorio de engaños? Los datos contradicen el tópico
Después de repasar estos casos, el lector podría pensar que Asturias es un vivero de tramas y cuentos chinos. Pero aquí viene la paradoja: los datos no avalan esa idea.
Asturias suele aparecer en la parte baja del mapa de corrupción en España. El número de causas, procesados y condenas es notablemente inferior al de regiones donde la corrupción está más institucionalizada.
No somos —ni de lejos— un territorio especialmente problemático.
Entonces, ¿por qué estos casos calan tanto?
Porque rompen el mito, confrontan la imagen amable que el propio asturiano tiene de sí mismo. Y porque aquí, cuando alguien falla, falla mucho: deja una grieta emocional, no solo política.
5. El asturiano como personaje: noble, directo… y confiado
La cultura asturiana ha construido un personaje propio:
el asturiano de palabra, de trato noble, de abrazo sincero, de una honestidad casi campesina.
Ese personaje existe, claro que sí. Está en los pueblos, en los barrios, en la forma de acoger, de hablar, de ayudar sin pedir nada.
Pero también existe lo otro: la ingenuidad como rasgo colectivo.
La tendencia a confiar “porque sí”, sin desconfiar hasta que es demasiado tarde.
El dicho de “vamos a dalo por bueno”, aunque no esté tan claro.
El orgullo que impide admitir que nos han engañado.
Entre esos dos Asturias —la honrada y la confiada— se cuela la mentira cuando encuentra hueco.
6. Entonces… ¿te fiarías de un asturiano?
Después de todo lo leído, la respuesta más honesta es esta:
Depende de cuál. Como en cualquier parte del mundo.
Asturias no es una tierra de mentirosos, ni mucho menos.
Pero tampoco es ese paraíso ingenuo y puro que a veces queremos contar.
La pregunta correcta no es si tú te fiarías de un asturiano.
La pregunta es si te fiarías sin preguntar, sin contrastar, sin mirar dos veces.
Porque si algo enseñan el Petromocho, el caso Marea o los patrimonios ocultos es esto:
La mentira no tiene acento. Lo que sí tiene es terreno fértil cuando dejamos de hacer preguntas.
Y a veces —solo a veces— los asturianos hemos querido creer demasiado.
