Un presidente impresentable

El listón de la cara dura de Sánchez estaba tan alto que parecía imposible superarlo, pero no sabemos hasta qué punto este sujeto está dispuesto a romper moldes.

Ningún gobernante serio, con un mínimo sentido de estado, hubiera aceptado los 21 puntos que Torra le entregó durante su visita a Barcelona. Este listado, como dijo Rivera, es pura basura democrática y, como tal, debía haberse enviado directamente a la papelera. Lejos de ello, el desleal personaje que padecemos como presidente del Gobierno asumió la figura del mediador propuesta por el Gobierno independentista -que, recordemos, era la gran pretensión de ETA- y aceptó la demanda de bilateralidad de los secesionistas.

Un mediador o un relator, como pretende llamarlo la patética e incompetente vicepresidenta del Gobierno, que cada vez que habla sube el pan, es una figura de la que se hace uso para solucionar un conflicto, normalmente de carácter internacional.

Un relator es una persona que en un congreso o asamblea hace relación de los asuntos tratados, así como de las deliberaciones y acuerdos alcanzados. Si realmente, según la vicepresidenta, lo pretendido era un relator, ¿son tan incapaces los dirigentes políticos como para no poder dar cuenta de los asuntos tratados y de los acuerdos alcanzados?

Lo único que hará el relator es el «relato» del movimiento independentista. La aceptación de esta medida, además de la humillación que suponía para las instituciones nacionales y de poner en pie de igualdad dos realidades distintas de las cuales una está subordinada a la otra, iba a servir de argumento a los encausados en el juicio del «procés», que lo alegarían para poner en evidencia la ausencia de democracia y de separación de poderes en nuestro país.

Si no fuera por la gravedad del tema, que roza la alta traición, la situación resultaría cómica. Torra es el representante del Gobierno en Cataluña y se da la esperpéntica paradoja de que el representado –Sánchez-, para hablar con su representante, necesitaba un mediador. Dicho con otras palabras, el Gobierno de España, para hablar con una región –que es lo que es Cataluña-, precisaba valerse de intermediarios. Vomitivo, patético y bochornoso. No nos lo merecemos.

Dice la oposición que Sánchez es un gobernante ilegítimo. Suscribo plenamente esta afirmación. Es cierto que su mandato es fruto de una moción de censura perfectamente permitida por nuestro ordenamiento constitucional, pero cierto también que la legitimación en origen no actúa como validadora indefinida, la legitimación hay que refrendarla día a día con el ejercicio, y parece obvio que Sánchez la perdió hace tiempo.

Ahora parece que da marchas atrás. ¡A buenas horas, mangas verdes! Esa es la mejor prueba de su felonía, de que estaba actuando al borde de la legalidad. Hay que recuperar al PSOE de siempre.

Ante esta situación al límite de la prevaricación, ¿qué estaban haciendo Marlaska, Robles y Borrell, a quienes presumíamos sensatos y constitucionalistas? Nada: disfrutar de las mieles del poder e invalidarse como personas y como profesionales.

Lo del libro es un chiste malo. Después de plagiar la tesis, ahora un libro –vanitas vanitatis-. Según publica un diario digital, se trata del mismo libro que Sánchez e Irene Lozano –su protegida y presunta «negra»- ofrecieron a las editoriales antes de llegar a La Moncloa. El libro se titula «Manual de resistencia». Yo lo titularía «Manual de resistencia al sentido común y a la vergüenza».

Si nos atenemos a la letra de la ley, publicar un libro mientras se ostenta la Presidencia del Gobierno no es incompatible, pero éticamente sí lo es, porque las leyes de televisión, de propiedad intelectual y de libros de texto afectan al Grupo Planeta, editor del libro.

Las insensateces suelen preceder a las calamidades.    



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