Partidos, disciplina y abstención

La palabra «partido» significa «cortado o dividido en partes» y es polisémica. Por acotar dos de sus acepciones, puede referirse a un partido de fútbol o a un partido político. En el primer caso son dos equipos los que se enfrentan; lo que está «partido» es el interés deportivo, las aficiones. En el segundo, el término implica una división ciudadana agrupada en torno a un modo de entender la política. Al ser el poder cosa de todos los ciudadanos, estos tienen derecho a oponerse a él, pero no desobedeciéndolo, sino compitiendo en las elecciones y posteriormente en el Parlamento.

El medio de que disponen los partidos políticos para que el término «partido» no sucumba a la tentación de recuperar su significado originario es la disciplina. Formalmente, la Constitución prohíbe el mandato imperativo, de tal manera que cada diputado es dueño de su escaño y no está sometido a intereses o presiones personales, económicas o partidistas, pero tal proclama se contrapesa, en la práctica, con la disciplina de partido que cuando afecta al voto, patrocina el pensamiento único. Su justificación descansa en la idea de que en nuesro sistema se votan listas de partidos y no personas.

Quizá el mejor modo de explicar y entender la disciplina de partido sea recurriendo a dos citas de quien fue primer ministro británico de la época victoriana Benjamín Disraelí: «Un partido es una opinión organizada»; «Malditos tus principios. Sigue a tu partido».

Los estatutos de los partidos prevén medidas sancionadoras para quienen incumplen las directrices de voto que van desde sanciones económicas hasta la expulsión, en casos muy graves.

Javier Fernández va a tener ocasión de constatar en los próximos días hasta qué punto algunos de los diputados socialistas en el Congreso se aferran al pronunciamiento constitucional y reivindican la no imperatividad de su mandato o aceptan la disciplina de voto y, renunciando a sus convicciones personales, se abstienen en el debate de investidura –que parece ser la opción que propondrá la mayoría- y aceptan, por omisión, que Rajoy se haga de nuevo con la Presidencia del Gobierno. Es este un asunto crucial. Un partido que no respeta la disciplina de voto no se respeta a sí mismo y queda «partido».

En realidad se está sobredimensionando el alcance de la abstención porque, ¿qué es abstenerse, cuál es su alcance y significado? En el marco de un proceso electoral, la abstención apunta al «desencanto electoral»y a que algo falla en el sistema democrático; es una forma de protesta del ciudadano. La abstención en el Parlamento es otra cosa. Abstenerse no es votar ni a favor ni en contra; es no votar. La abstención en el Parlamento conecta más con el significado vulgar del término. Abstenerse en el lenguaje ordinario, fuera de los procesos electorales y del marco parlamentario, da idea de aguante, de contención, de privarse de algo, de no participar en algo, de inhibirse: no beber alcohol, no drogarse. Cuando se vota, es para ganar o para impedir que gane el adversario. La abstención ni quita ni da, ni suma ni resta. Cierto que en el caso concreto de la investidura que se avecina la más que probable abstención del PSOE le dará el gobierno a Rajoy, pero cierto también que bloquear la investidura cuando está constatada la imposibilidad o incoveniencia de formar gobierno con los votos propios o en coalición es forzar el sistema democrático español, es rememorar aquello del perro del hortelano. Además, con la abstención se está propiciando la formación de gobierno por el partido más votado, solución que quizá debiera formar parte del contenido constitucional para evitar filibusterismos que conducen a la parálisis del país.

Esperemos que Javier Fernández salga airoso de este lance y que no se cumpla aquella máxima de George Jean Nathan que, con la adecuada adaptación al caso, dice: «Los malos dirigentes son elegidos por buenos ciudadanos que no votan».

 

 



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