La dura odisea femenina

No es ninguna  simpleza  saber que el espacio consagrado a favor de la mujer es una quimera, una alucinación. Posiblemente llegará  el tiempo – ahora en tinieblas - en que ese anhelo de libertad de las féminas se haga realidad.

 

Hablar de esto en el tercer milenio de nuestra era pareciera por lo menos desatinado. Lamentablemente no lo es. En diversos lugares del planeta las féminas son consideradas meramente un objeto de nulo valor.

 

El trasluz amorfo, real y palpable de los burdeles que abundan cual hongos, no solamente está puertas adentro en miles de ciudades, sino en la conciencia de pueblos enteros.

 

El viejo refrán español - machista él -  “la mujer casada, atada y con la pata quebrada”, no es simplemente una frase hiriente, sino la palpable realidad de una cultura universalista.

 

Se dirá que en diversos sectores de la sociedad ellas están ocupando lugares prominentes, pero la excepción no hace la regla, de ser así  no tendría sentido el un día dedicado a la hembra   u otros símbolos parecidos.

 

Sucesos cotidianos hablan por sí mismos, y son  prueba irrefutable de algo mayor: la intolerancia hacia lo femenino.

 

Esta es una historia terrorífica. Sucedió hace  tiempo en el  “al – Maghreb” argelino, pero ahora mismo puede ocurrir en cualquier parte en que la religión y el fanatismo se confundan  formando una sola entidad.

 

 Eran doce maestras alegres, vivarachas y, posiblemente por eso, fueron acuchilladas delante de sus alumnos.

 

 ¿Motivos? No se necesitan ante la barbarie. Las profesoras  dedicadas a la educación son objetivos de los grupos fundamentalistas islámicos,  al considerar que no deben impartir enseñanza alguna.

 

Habían sido secuestradas al terminar las clases y atadas de manos “bajo la mirada aterrorizante de los escolares” Los agresores las degollaron una a una, dejando las aulas en un mar de sangre.

 

En otros lugares, en  nombre de Alá, la mujer es reducida a simple  objeto. Ninguna de ellas puede salir a la calle  si no es acompañada de un hombre - esposo, padre o hermano- y siempre cubierta de cabeza a pies con la pesada burka, túnica con una rejilla de tela frente a los ojos.

 

La música, el cine, la televisión y las reuniones mixtas son algo prohibido; ninguna puede trabajar ni en los hospitales, y eso en países donde ellas representan más del cincuenta por ciento de la población activa.

 

Los talibanes de la fe - varados en el siglo VII y ahora abundan como hierba en el momento  -  practican la "Sharia",  ley islámica, al pie de la letra. Cumplidos los 12 años, las niñas son enclaustradas en sus casas. A partir de esa edad no pueden mostrar sus rostros a hombre alguno, con la excepción  de sus padres o  hermanos. Sólo al casarse, y cuando llegue la noche de bodas, están autorizadas a descubrirse la cara en la intimidad del dormitorio. No pueden estudiar ni hacer labor a no en ser los propios del hogar. Están enterradas en vida.

 

En ninguna parte del sagrado Corán se habla de esas quejumbrosos medidas, han sido  los intransigentes, al dar a las suras  su propia interpretación, los causantes  esta doliente realidad actual.

 

Con respecto a ellas seguimos sin volver la hoja. El machismo despiadado tritura y devora con saña. Sigue siendo el cáncer más extendido  sobre la moral de la sociedad.



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