Agridulce país

Los terruños   no desaparecen, se hacen añicos ellos solos cuando elevan a la primera magistratura de la nación   a personas sin sentido del Estado, ofuscadas e  imbuidas  en una farandola,  tras crear  un militarismo dominguero, huero y falto de grandeza patria. 

 

¿Cuándo se jodió Venezuela? Muchas veces a lo largo de su historia,  comenzando en los preludios de las guerras federales,  y en el instante en que los caudillos, y no las ideas,  convirtieron los gobiernos en hatos privados.

 

Suficiente sería recordar que entre la toma del poder  por José Antonio Páez  en 1830,  y la muerte del Benemérito Juan Vicente Gómez en 1935, trascurren 105 años de una reyerta centrada en  sobrevivir como pueblo y hacer esfuerzos con el anhelo de disponer de una sociedad estructurada dentro de  los parámetros del civilismo democrático.

 

Aquí se gobernó – apartando los 40 años de Acción Democrática y Copei - con botas, no con votos. Ahora los borceguíes del chavísmo retrógrado manda con espuelas,  propaganda asfixiante, balas y sables.

 

 Hemos tenido hombres asombrosos y mujeres con honra, pero siempre terminaron  imponiéndose los botarates transformados en furrieles.

 

Y es que cuando  los políticos surgidos de las entrañas malsanas  se proclaman revolucionarios, da grima  verlos tomar decisiones sobre el destino de la nación, a cuenta de considerarse estadistas y no llegar siquiera a la altura de un  polichinela en un circo de enanos.

 

Hay en esta heredad venida a menos, un extraño socialismo del siglo XXI reflejo de males  pasados. No avanzamos por una escueta razón: no existe un engranaje de técnicos al servicio de la administración pública capaces de trasformar  la realidad cotidiana en una nación de empuje.

 

Bochinche, puro bochinche, y así seguimos: incapaces de conseguir que algo funcione medianamente bien, a la par que cada día el gobierno de Hugo Chávez  más arbitrario y desdeñoso de los derechos de los ciudadanos consagrados en la Constitución, la cual terminó convirtiendo en papel de estraza.

 

Ciegos hemos sido al no ver como  el gobierno marxista paulatinamente encerró al país en una mazmorra en la que apenas se respira ya algún aire de libre albedrío.

 

Hemos llegado a una enajenación colectiva impuesta por una estructura soldadesca. Albañal sin duda de una nación  enajenada a cuenta de la improvisación  y la incapacidad  de su  nomenclatura gubernamental.

 

 Chávez, con los títulos de Comandante en Jefe, Máximo Líder, Gloria de la Patria, Benemérito, Gran Benefactor, Reencarnación de Bolívar, está enfermo de cuidado en un hospital para ricos en La Habana. Jamás quiso que médicos venezolanos lo cuidaran, es decir no creen en la medicina del país tras 14 años de gobierno absoluto y millones de millones de dólares petroleros en sus manos, ya que poco o nada hizo al servicio de la seguridad social del pueblo.

 

 En otro orden más dramático y doliente, la vida en Venezuela actualmente  no vale nada. Docena de asesinatos cada semana. Miles al final del año. Una guerra no declara, y aún así latente,  contra la sociedad.

 

La mayoría de los venezolanos – y  los que sin serlo nos hemos pasado más de media vida en esa tierra antaño de gracia -   hoy bien podemos  decir parafraseando unos versos de Migue Hernández:


“Por doler,  nos duele hasta el aliento”. 



Dejar un comentario

captcha