Lo que se puede, señora

Es una evidencia que el PP y Rajoy han incumplido sus promesas y su programa de cabo a rabo, desde la testuz hasta el rabo: aquellas de no hacer (en materia de IVA, de IRPF, de pensiones, prestaciones de paro, banco malo, por ejemplo) y en materia de hacer (reforma de la administración, Ley de emprendedores, rebaja de las cotizaciones empresariales a la Seguridad Social…). Uno ignora si cuando, antes de la campaña, se construyeron programa y promesas don Mariano y los suyos pensaban que iban a poder cumplirlas, del mismo modo que desconoce si su reiterada afirmación de que su sola presencia (o la mera ausencia de Zapatero) restauraría la confianza de los mercados y de los empresarios, y de que con ello mejoraría nuestra financiación y se crearía empleo, era una afirmación creída a pies juntillas. Seguramente en todo ello —programa y promesas— había la mescolanza propia de los políticos y de la política: un tanto de patraña, una porción de autoengaño e ilusiones, una buena parte de desconocimiento de la realidad, la fantasía de que el mundo acaba encajando en el lecho de Procusto de las ideaciones y los discursos.

                Es cierto —y así se podría argumentar— que la situación que se encontró el PP a finales del año 2011 fue peor de lo que se afirmaba por el gobierno del PSOE: un 9,3% de déficit y no un 6,3%; que la UE no afloja apenas en la velocidad con que nos exige la reducción de nuestro diferencial de ingresos y gastos; que, además, las instituciones europeas no cumplen sus propios acuerdos o los someten a reformulaciones, como se ha hecho con los del Consejo Europeo de las vísperas de san Pedro y san Pablo de este 2011; verdad también que los bancos —las cajas, mejor— arrastraban enormes problemas a los que no se quiso hacer frente hasta este año, mientras que el sistema financiero de muchos estados europeos había sido objeto de enormes ayudas entre el 2008 y el 2011; asimismo, que no encontramos dinero en los inversores no institucionales o que lo encontramos muy caro y que las dudas sobre el euro agravan nuestra situación .

                De modo que don Mariano y su equipo podrían decir, a pesar de la pésima situación de nuestro empleo —de nuestra actividad económica, en realidad— y de nuestras finanzas, a pesar de la dureza de los recortes, aquello que el galán dijo a la dama que, habiéndolo requerido de amores y disgustada después por su desempeño, lo recriminaba por ello: «Se hace lo que se puede, señora».

                 Porque nadie piense de verdad que, como dice la oposición, don Mariano hace sus recortes por un oscuro designio ideológico, por la mera voluntad (malignamente derechosa) de «quitar al pueblo sus derechos, que tanto costó conseguir». Si lo hace no es por otra razón que porque no le queda otro remedio. En primer lugar, porque los derechos que consisten en devengos solo son tales si hay una fuente que pueda generar los devengos, y, si no, no son nada. Pero, en segundo lugar, por una razón aun más importante en política: porque el primer objetivo de los políticos y los partidos es mantener su puesto y su empresa, y quitar y recortar es la manera más en derechura para perder el poder. Así que, aunque fuese nada más por esa razón, Rajoy no lo haría si pudiera, aunque quisiera. La mejor forma de caer simpático y hacerse un tipo seductor en la vida pública es dar, no pedir, despilfarrar, no escatimar. Por no irnos al Julio César que se endeudaba para dar festejos a las masas, al «panem et circenses» de Juvenal o al Pericles que empleaba a media Atenas a costa del Estado (y de la deuda), basta con acordarnos de nuestro José Luis: «Pedro (Solbes), ¡no me digas que no tengo dinero para hacer política!», esto es, para conquistar voluntades.

                Y no crean ustedes que, desde otro punto de vista, las novedades y recortes que el Gobierno de  Rajoy está aplicando son el súmmum. Las críticas hacia ellos son muchas por su escasa decisión, por sus dudas, por sus medidas timoratas. Y, así, se los acusa de haber hecho una reforma laboral corta y confusa, de no haber limado lo suficiente las prestaciones de paro y las sanitarias, de no haber rebajado la cuantía de las pensiones, de no haber modificado radicalmente la estructura del estado. ¿La extrema derecha? ¿Las tertulias más conservadoras? ¿Algún medio de esa índole? ¿La fundación FAES? Sí, y los empresarios, y los medios académicos, y la UE, y la Comisión Europea, y la OCDE. Y ustedes, mis queridos lectores, es posible que no (o, al modo marianil, «tal vez sí»), pero es seguro que muchos de sus conocidos estén clamando porque aún no se hayan suprimido la mayoría de los ayuntamientos, todas las autonomías, rebajado el sueldo de los políticos, metido en prisión a los banqueros, etc., etc.

                De modo que, situado entre unos y otros, y contando con que hemos ido salvando, de momento, dos «pelotas de partido» en estos meses, una la de la intervención y otra la de la desbandada en torno al euro, don Mariano, que ha aprendido en este tiempo lo que don José Luis aprendió en una sola noche, la del 9 de mayo del 2010, que la realidad es testona —como troqueló Lenín— y que no se deja dominar por los sueños, los discursos o la voluntad; don Mariano, digo, bien podría decir lo que el galán de la facecia a la señora: «Se hace lo que se puede».

                O, en llariego, «al que mete lo que tien y emburria lo que puede ¿qué más se-y va pidir?»ue 



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