Mal rollo el de los impuestos

Entraremos en el año a contrapelo, con esto de la subida de impuestos que ciertamente no esperábamos.

Subir impuestos, por poco que sea, es siempre demasiado y enfría lo económico. Te descuidas un poco y la gente se te encoge en la mano, en parte amedrentada, en parte airada. Mal rollo, el de los impuestos.

Lo sabían los señores feudales y sus recaudadores, que casi siempre tenían que acabar por dar leña para cobrar, impíos ellos.

Nos gusta tener servicios, que alguien tiene que pagar, pero nos indigna que el dinero corra por cauces imprevistos. Y que demasiada gente, que cobra para servir, mande más que sirve.

Siempre tengo a la vista de la imaginación el lema de aquel repostero que leí una vez. Era sencillo, claro y escueto: “para servir, servir”.

Quizá, se me ocurre, el problema no estribe en que los funcionarios cobren mucho, sino en que haya demasiados funcionarios.

Demasiadas administraciones, demasiada gente innecesaria, cobrando dietas demasiado generosas para lo nada que hacen más que estarse y bostezar, ir y venir, seguir el guión de los pocos que hacen falta para administrar adecuadamente.

Una administración demasiado poblada y complicada. Tal vez se estorben, como anunciaba Malthus, para resolver de modo adecuado a las circunstancias de cada caso.

Descentralizar, pero ¿tanto?

Podría ser que entre cuatro y ocho territorios fuera suficiente para evitar que seamos diecisiete personas jurídico administrativas empeñadas en buscarse diferencias respecto del vecino a que tanto nos parecemos habitualmente.

Triste solución, la que no sé quién ideó para satisfacer a dos o tres y multiplicó el problema por diecinueve.

Los servicios no producen, pero gastan. Y si se pagan con la generosidad disparatada de quienes los pagan con dinero ajeno, mucho peor. Y si hay unas pocas o muchas manos que se meten subrepticiamente en la cazuela y la merman, muchísimo peor.

Diecisiete administraciones públicas son a todas luces demasiadas para cuarenta y siete millones de habitantes, veintitantos millones de población laboral actica, casi cinco millones de parados y otros tantos millones enfrascados en diferentes funciones, niveles y disfunciones de la política y la administración. Queda en el recuento demasiado poca gente para producir lo indispensable para que riqueza nueva alimente el caudal económico del conjunto y pague los gastos nuestros de cada día.



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