El rumbo de la economía mundial

“Al timón, no a la deriva”: Gestionar los riesgos crecientes para mantener el rumbo de la economía mundial. Discurso pronunciado en la sede central del FMI. 1 de octubre de 2018

Por Christine Lagarde, Directora Gerente del FMI

 

El evento de hoy es la penúltima etapa de lo que llamamos la « Travesía hacia Indonesia»; la última serán nuestras Reuniones Anuales, que se celebrarán la semana que viene en Bali.

Este es un momento difícil para Indonesia, un país que se ha transformado en las últimas décadas, dando rienda suelta a su dinamismo económico y aprovechando el increíble ingenio y la diversidad de su gente. Un país que muy a menudo tiene que hacer frente a las terribles secuelas de los desastres naturales.

Tenemos todos mucho que aprender de Indonesia y sus socios de la ASEAN, sobre todo en lo relativo a desarrollar capacidad de resistencia, aprovechar la apertura y traspasar fronteras.

Una valiosa lección que podemos extraer es que, si los países colaboran, es mucho más probable que mejore el bienestar de sus ciudadanos que si actúan en solitario.

Esto quedó ampliamente demostrado durante la crisis financiera mundial.

Este espíritu de multilateralidad se refleja a la perfección en la expresión indonesia “gotong royong”, que significa “ trabajar juntos para alcanzar un objetivo común”, y es más necesario que nunca para superar los desafíos que nos esperan.

Esta mañana, hablaré de tres de ellos: i) crear un mejor sistema de comercio; ii) protegerse de las turbulencias fiscales y financieras, y iii) restablecer la confianza en las políticas y las instituciones.

Comercio, turbulencias y confianza .

1. Cambiar el clima económico

Antes de adentrarme en los desafíos, permítanme que les presente brevemente la “configuración del terreno” en vísperas de nuestras Reuniones Anuales.

Las buenas noticias primero. El crecimiento mundial se mantiene en su nivel máximo desde 2011, cuando las economías repuntaban tras la crisis. El desempleo sigue disminuyendo en la mayoría de los países. Además, la proporción de la población que vive en condiciones de pobreza extrema ha caído hasta nuevos mínimos históricos y se sitúa por debajo del 10% [1].

En otras palabras: el mundo sigue experimentando una expansión que encierra la promesa de un aumento del ingreso y el nivel de vida.

Entonces, ¿todo va bien? Pues hasta cierto punto.

En la mayoría de los países, cada vez es más difícil cumplir con la promesa de una mayor prosperidad, porque el clima económico mundial empieza a cambiar. ¿A qué me refiero con eso?

Hace un año insté a “reparar el tejado ahora que brilla el sol”. Hace seis meses, avisé de la presencia de nubes de riesgo en el horizonte.

Hoy, algunos de esos riesgos han comenzado a materializarse.

 

De hecho, hay señales de que el crecimiento mundial se ha estancado. Va perdiendo sincronía y cada vez son menos los países que participan en la expansión.

 

En julio, proyectamos un crecimiento mundial del 3,9% para 2018 y 2019. Desde entonces, las perspectivas se han ensombrecido, como verán en la actualización de las previsiones que daremos a conocer la semana que viene.

Un aspecto clave es que la retórica se está convirtiendo en una nueva realidad, con barreras comerciales de verdad. Esto resulta perjudicial no solo para el comercio en sí, sino también para la inversión y las manufacturas, porque la incertidumbre sigue aumentando.

Por ahora, Estados Unidos registra un fuerte crecimiento, respaldado por la expansión fiscal procíclica y condiciones financieras que hasta ahora siguen siendo favorables, lo cual puede convertirse en un riesgo en un ciclo económico de mayor madurez.

No obstante, en otras economías avanzadas, se observan señales de desaceleración, sobre todo en la zona del euro y, en cierta medida, en Japón.

Las economías emergentes de Asia siguen creciendo a un ritmo superior al de otras regiones, pero los indicadores apuntan a una moderación de la actividad en China, que se verá acentuada por las disputas comerciales.

Mientras, varios desafíos han ido acumulándose en una serie de países de mercados emergentes y de bajo ingreso; por ejemplo, en África subsahariana, América Latina y Oriente Medio.

Muchos de estos países se enfrentan a presiones por la apreciación del dólar y el endurecimiento de las condiciones del mercado financiero. Algunos de ellos registran además salidas de capital.

Que quede claro: de momento no vemos un amplio contagio financiero, pero sabemos que la situación puede cambiar rápidamente.

Si los actuales conflictos comerciales se recrudecen, podrían provocar un shock en un mayor número de economías emergentes y en desarrollo.

Así pues, ¿qué hay que hacer?

En momentos como estos, las autoridades económicas podrían inspirarse en Oliver Wendell Holmes Sr, gran poeta estadounidense, que dijo en una ocasión:

“Para llegar a puerto, hay que navegar a veces con el viento a favor y a veces con el viento en contra, pero hay que navegar, no ir a la deriva, ni echar el ancla”.

El principal mensaje que deseo transmitirles hoy es que debemos gestionar los riesgos, acelerar las reformas y modernizar el sistema multilateral.

O, como dirían los navegantes, debemos timonear el barco, no ir a la deriva.

2. Timonear el barco, no ir a la deriva

 

Antes que nada, esto significa aprovechar la oportunidad ahora que el crecimiento sigue siendo relativamente sólido para aplicar reformas audaces de las políticas, que respalden y sostengan el dinamismo económico.

Como he dicho, “Hay que reparar el tejado”; y ahora más que nunca eso es lo que hay que hacer.

¿Cómo lograrlo en la práctica? Abordando los tres desafíos que destaqué al principio: comercio, turbulencias y confianza.

a) Crear un mejor sistema de comercio mundial

Comencemos por el comercio. En términos simples, los países deben colaborar en la construcción de un sistema de comercio mundial más fuerte, justo y equipado para el futuro.

Es mucho lo que está en juego, porque una fractura de las cadenas internacionales de valor podría tener efectos devastadores en muchos países, incluidas las economías avanzadas. Además, podría impedir que los países emergentes y de bajo ingreso alcanzasen todo su potencial.

Es mucho lo que está en juego porque las restricciones a la importación impiden que el comercio desempeñe su función esencial de fomento de la productividad, difusión de nuevas tecnologías y reducción de la pobreza.

Por esta razón, debemos trabajar juntos para frenar la escalada de los actuales conflictos comerciales, y resolverlos.

La historia muestra que, si bien navegar en solitario resulta tentador, los países deben resistirse al canto de la sirena de la autosuficiencia porque, según cuentan las leyendas griegas, terminan naufragando.

De cara al futuro, lo que necesitamos son “normas más inteligentes” para el comercio, a fin de asegurarnos de que todo el mundo salga ganando. Lo que hay que hacer es arreglar el sistema, no destruirlo.

Uno de los primeros desafíos es reforzar las normas. Para ello, deben analizarse los efectos perturbadores de los subsidios estatales, evitar abusos de las partes que gozan de condiciones dominantes y mejorar el cumplimiento de los derechos de propiedad intelectual.

En estos ámbitos, es alentador ver que cada vez nos llegan más debates y propuestas, los últimos procedentes de Canadá y la Unión Europea. Se trata de medidas positivas, pero hay que seguir trabajando.

Por ejemplo, si no puede alcanzarse un acuerdo entre todos los países, sería mejor que los gobiernos llegaran a acuerdos comerciales más flexibles, en los que países de ideas afines se comprometen a trabajar en el marco de la Organización Mundial del Comercio.

Evidentemente, arreglar el sistema significa también prepararlo para el futuro. Una vez más, nos vendrían bien acuerdos comerciales flexibles para aprovechar el pleno potencial del comercio electrónico y otros servicios comerciales, como la ingeniería, las comunicaciones y el transporte.

Nuestro último análisis [2] muestra que, con una reducción del 15% de los costos comerciales de los servicios, podríamos conseguir un crecimiento del PIB total de los países del G-20 de más de USD 350.000 millones este año, lo cual equivaldría a añadir otro país como Sudáfrica al G-20.

Esta es la clase de beneficios que están a nuestro alcance, si trabajamos juntos y nos dedicamos a crear un mejor sistema de comercio mundial. Existe un claro interés por mejorar y expandir el comercio, y así lo evidencian el reciente acuerdo comercial africano y el gran número de negociaciones bilaterales que se están llevando a cabo.

b) Protegerse de las turbulencias fiscales y financieras

El segundo desafío consiste en protegerse de las turbulencias fiscales y financieras.

La pregunta es esta: diez años después de la crisis financiera mundial, ¿estamos en una situación más segura? Mi respuesta es “Sí”…pero no lo suficientemente segura. Tenemos que seguir impulsando el programa de regulación financiera, y resistirnos a dar pasos hacia atrás.

Además, tras una década de condiciones financieras relativamente favorables, los niveles de deuda han alcanzado nuevos máximos en las economías avanzadas, emergentes y de bajo ingreso.

De hecho, la deuda mundial —tanto pública como privada— ha registrado un récord histórico y se sitúa en USD 182 billones, lo cual representa un incremento del 60% respecto a 2007.

Este incremento hace que tanto gobiernos como empresas sean más vulnerables a un endurecimiento de las condiciones financieras.

Las economías emergentes y en desarrollo ya están pasando apuros, puesto que deben adaptarse a la normalización monetaria del mundo avanzado.

Dicho proceso podría entrañar todavía más dificultades si se acelerase de forma súbita, lo que podría provocar correcciones en los mercados, bruscas variaciones del tipo de cambio y un mayor debilitamiento de los flujos de capital.

Estimamos [3] que las economías emergentes —excluida China— podrían enfrentarse a flujos de salida procedentes de la cartera de deuda de hasta USD 100.000 millones, un nivel similar al de las salidas de capital registradas durante la crisis financiera mundial.

Estos datos deberían ser un toque de atención.

Todavía no se han materializado en absoluto, pero hay países que ya navegan por aguas turbulentas. El FMI se dedica plenamente a estas economías a través del análisis y el asesoramiento, así como de la prestación de asistencia financiera cuando es necesario. Y lo seguiremos haciendo.

Sin embargo, para la mayoría de los países, timonear el barco significa crear más espacio para reaccionar cuando se produzca, inevitablemente, la próxima desaceleración.

Para generar este espacio, las economías emergentes pueden reducir los riesgos derivados de la elevada deuda empresarial. Al mismo tiempo, los países de bajo ingreso deben redoblar sus esfuerzos para asegurar que el endeudamiento [4] público sea más sostenible.

En muchos casos, generar este espacio supone permitir que los tipos de cambio flexibles absorban parte de las presiones provocadas por la reversión de los flujos de capital.

En relación con esta cuestión, el análisis del FMI [5] muestra que los países con mayor flexibilidad el tipo de cambio registraron una pérdida de productividad menor tras la crisis financiera mundial. También observamos que las economías tienen mayor capacidad de resistencia cuando su política monetaria goza de mayor confianza y cuando sus bancos centrales independientes emiten comunicaciones claras [6].

Las economías avanzadas también deben pasar a la acción. Para crear el espacio que necesitan, pueden reducir los déficits públicos y situar la deuda pública en una senda descendente. Las medidas para conseguirlo deberían ser justas y favorables al crecimiento; por ejemplo, mejorar la eficiencia del gasto y asegurarse de que la carga del ajuste es compartida por todos.

Al mismo tiempo, los países deberían pasar por alto otro aspecto de sus balances: el patrimonio público mantenido en activos financieros públicos, empresas públicas y recursos naturales.

Disponemos de un nuevo análisis del FMI [7], basado en 31 países cuyos activos públicos totales ascienden a más de USD 100 billones, cifra que dobla con creces su PIB.

Una mejora de la gestión de dichos activos públicos podría generar ingresos adicionales de alrededor del 3% del PIB por año, una cifra importante. De hecho, esa cifra es igual a lo que las economías avanzadas recaudan en un año por concepto de impuesto sobre las sociedades.

Por lo tanto, no se trata de navegar en solitario, y que cada país reaccione solo a problemas de carácter nacional. Para protegerse de posibles turbulencias los países deberán trabajar conjuntamente, de forma cohesionada y en colaboración.

He aquí un ejemplo de ello: Sabemos que, al reducir los desequilibrios en cuenta corriente, los gobiernos pueden hacer que sus economías sean menos vulnerables a los flujos de capital disruptivos. ¿Cómo? Incrementando la inversión pública donde la situación fiscal sea buena y reduciendo los déficits fiscales en los demás casos. Estas medidas de política económica a nivel nacional se complementan mutuamente a nivel mundial.

Para protegerse de las turbulencias es necesario también contar con una sólida red de protección financiera, lo que a su vez pasa por tener como eje central un FMI con los mecanismos y recursos adecuados. Esto es esencial para garantizar que el FMI pueda desempeñar su función singular de ayudar a los países a abordar crisis futuras.

Para mí, esto es una prioridad fundamental, que debe ir acompañada de nuevos ajustes de la estructura de gobierno del FMI para reflejar mejor los cambios en la dinámica económica de nuestros países miembros.

c) Restablecer la confianza en las políticas y las instituciones

Si me lo permiten, me referiré ahora al tercer desafío: restablecer la confianza en las políticas y las instituciones. Es esencial para que el crecimiento sea duradero y tenga una base más amplia.

Son muchas las causas de la pérdida de confianza. En primer lugar, demasiadas personas siguen quedando al margen.

En un número excesivo de países, el crecimiento no ha logrado mejorar las perspectivas y los medios de vida de la gente corriente. En un número excesivo de casos, trabajadores y familias están convencidos ahora de que el sistema está amañado para que todo les vaya en contra.

Y no es difícil de entender: desde 1980, el 1% más rico de la población mundial ha acumulado el doble de beneficios derivados del crecimiento que el 50% más pobre.

Durante dicho período, muchas economías avanzadas han aumentado la desigualdad y el crecimiento salarial ha sido limitado, debido en parte a la tecnología, a la integración internacional y a las políticas favorables al capital en detrimento de la mano de obra.

Otra fuente de descontento son los crudos recuerdos de la crisis financiera mundial. Para muchos, supuso un claro abuso de la confianza pública, porque se tiene la percepción de que quienes causaron la crisis no tuvieron que afrontar las consecuencias, mientras que el precio pagado por la gente corriente fue muy alto.

Un tercer factor es la corrupción, una plaga económica y social que dificulta a los países la toma de decisiones colectivas acertadas. Seguramente, inhibirá el dinamismo económico, lo cual socavará todavía más la confianza y pondrá en marcha un círculo vicioso.

Además, por supuesto, en una era de rápidos avances tecnológicos, en que la digitalización y la inteligencia artificial se están extendiendo por todos los sectores de la economía, necesitaremos niveles de confianza pública todavía más elevados.

Se han presentado diversas estimaciones sobre el número de empleos que podrían ganarse o perderse a causa de la tecnología. Un resultado sorprendente derivado de nuestros análisis recientes es que las mujeres podrían verse especialmente afectadas, y solo en los países de la OCDE 26 millones de empleos ocupados por mujeres podrían estar en peligro.

¿Por qué? Porque las mujeres suelen dedicarse a más tareas rutinarias que los hombres, precisamente el tipo de trabajo que podría verse más afectado por la automatización.

Por esta razón, los gobiernos deben asumir una mayor responsabilidad en cuanto al costo humano de las perturbaciones, ya sean las derivadas de la tecnología, el comercio o la reforma económica.

Por lo tanto, ¿qué podemos hacer? Es absolutamente prioritario invertir en las personas: en salud y educación, en sistemas de protección social.

Estas mejoras del capital humano, social y físico son especialmente importantes en países de bajo ingreso, donde se requiere un gran volumen de gastos adicionales para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible; según estimaciones recientes, estos gastos adicionales ascienden a USD 520.000 millones anuales de aquí a 2030 [8].

Sin duda, necesitamos un sistema educativo del siglo XXI, para reducir la desigualdad de oportunidades y para que todo el mundo prospere en la era digital.

Necesitamos un aumento de la inversión en capacitación y redes de protección social, para que los trabajadores puedan actualizar su formación, acceder a trabajos de mayor calidad y ganar más dinero.

Siempre y cuando sea factible, necesitamos una imposición más progresiva y una subida de los salarios mínimos. Y en todo el mundo, necesitamos una tributación más inteligente de las empresas multinacionales para garantizar que todas paguen la parte que les corresponda [9].

La aplicación de políticas más equitativas a su vez facilitaría la conciliación del trabajo y la vida familiar, ámbito en que la carga también la suelen soportar las mujeres: estas políticas incluyen desdelicencias por paternidad adecuadamente formuladas, aservicios de guardería asequibles y de buena calidad, y sistemas tributarios que no castiguen a los perceptores secundarios de ingresos familiares.

Asimismo, para restablecer la confianza, un elemento esencial es aplicar políticas y reformas que no solo impulsen el crecimiento, sino que lo hagan de forma inclusiva y sostenible.

Esto significa que todos los países deben aunar esfuerzos para mitigar la amenaza del cambio climático. Si nos preocupa el bienestar de las generaciones futuras; si nos preocupa la crisis de los refugiados por causas relacionadas con el clima, entonces debemos tomarnos en serio la tarifación de las emisiones de carbono a fin de tener en cuenta sus costos sociales.

El FMI respalda a los países miembros en esta y en muchas otras cuestiones apremiantes, a través del asesoramiento en materia de políticas y el desarrollo de las capacidades, y sirviendo de plataforma para compartir mejores prácticas y nuevas ideas.

Ello incluye ayudar a nuestros países miembros a navegar por las corrientes tan cambiantes del mundo de las fintech.

Conjuntamente con el Banco Mundial y otros socios, hemos elaborado lo que llamamos la “Agenda Fintech de Bali”, que se hará pública durante las Reuniones Anuales de la semana que viene. Podrá servir de modelo a las autoridades económicas que pretendan gestionar nuevos riesgos y aprovechar a la vez el potencial que las fintech ofrecen en beneficio de todos, no solo de los ricos o quienes tienen contactos.

Es otro ejemplo de cómo podemos fomentar una cooperación internacional más inclusiva, abierta y representativa, y más eficaz en la asistencia a las personas.

Eso es lo que llamo el “nuevo multilateralismo”. Y creo que lo necesitamos ahora más que nunca para abordar los desafíos del comercio, las turbulencias y la confianza.

Conclusiones

Para terminar, quisiera agradecer al Directorio Ejecutivo del FMI y a nuestro personal, talentoso y diverso, por personificar las más altas aspiraciones de la cooperación internacional.

Es algo que creo que se refleja a la perfección en el lema oficial de Indonesia: “Bhinneka Tunggal Ika”, “ Unidad en la diversidad”.

Navegando juntos somos más fuertes y ágiles, y podemos timonear mejor el barco por las aguas turbulentas, para esquivar los escollos que llevan al naufragio.

Así que ahora, antes de embarcarnos en nuestra gran Travesía hacia Indonesia, trabajemos juntos para poder orientar nuestras economías por buen rumbo y llevar a todo el mundo, ya sea en embarcaciones grandes o pequeñas, a un nuevo y mejor puerto.

Gracias.

 

[1] Nuevos análisis del Banco Mundial revelan que la tasa de pobreza extrema cayó hasta el 10% en 2015, el último año sobre el cual se dispone de datos completos; el Banco Mundial estima que el descenso ha continuado durante estos tres últimos años.

[2] Documento del FMI (noviembre de 2018): Informe del G-20 sobre crecimiento sólido, sostenible, equilibrado e inclusivo.

[3] Informe sobre la estabilidad financiera mundial (GFSR, por sus siglas en inglés) de octubre de 2018.

[4] Nuevas estimaciones del FMI: la mediana del nivel de deuda pública de los países de bajo ingreso aumentó del 33% del PIB en 2013 al 47%.

[5] Capítulo 2 de la edición de octubre de 2018 del informe WEO.

[6] Capítulo 3 de la edición de octubre de 2018 del informe WEO.

[7] Edición de octubre de 2018 de Monitor Fiscal.

[8] Nuevo estudio del FMI: en 49 países en desarrollo de bajo ingreso, las necesidades de gasto adicional se sitúan en USD 520.000 millones anuales.

[9] Según una estimación reciente, cada año cerca del 40% de las utilidades de las empresas multinacionales se trasladan a países con una presión fiscal baja.



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