Cataluña y la posverdad

 

Lo que está aconteciendo en Cataluña es un esperpento, una parodia malévola y una actuación lamentable basada en un independentismo  caduco, barriobajero e irracional.

 La España democrática no se merecía ese golpe sicalíptico cuando el país catalán es una comunidad que goza de total autonomía política.  Exhiben hasta “embajadas” en los países de la UE dedicadas a  elaborar falaces historias, entre ellas la permanente “España nos roba”, una de sus falsificaciones elevada a la paranoia.

 Otra de “sus exactitudes” pregonada hasta la saciedad, se centra en la Resolución 1514 de la Asamblea General de las Naciones Unidas del 14 de diciembre de 1960, cuyo primer párrafo -  del que se agarran los separatistas  como tabla de salvación - , habla de “la independencia a los países y pueblos coloniales que persiguen libremente su desarrollo económico, social y cultural”.

¡Ay!,  una inexactitud con busilis que dejan en el tintero las siguientes líneas: “Todo intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas.”

Nada es más axiomático que una sociedad humana fabricando su propia versión de la historia muy alejada de la veracidad. Cataluña no se salva de ello cuando amplía su avidez  de ir más allá  al intentar   instaurar lo que se denominan los   Países Catalanes.

La conocida retahíla afanada cual un cuento infantil, está alejada de la veracidad al saber que cada historiador, dependiendo del bando en que se halle, ubica sus convenientes  melomanías sobre el pentagrama de intrínsecas efusiones políticas, y en el  caso la emancipación del Condado de Cataluña,  tras el tinglado lejano derivado del matrimonio entre Ramón Berenguer y Petronila.

Los segregacionistas, a recuento de sus propios partidos políticos y una España profundamente liberal, nunca han tenido tanta amplitud de derechos, siendo una deslealtad expresar que son hostigados y que el gobierno central es una dictadura. Esto se llama cinismo  ceñido al más indecente sarcasmo.

Al presente no solo anhelan la emancipación de Cataluña, sino que aspiran al territorio que denominan Países Catalanes. Ello abarca el Rosellón y la Isla de Cerdeña; una parte de Aragón, la Comunidad Valenciana y las Islas Baleares, el Valle de Arán y el Principado de Andorra y, por si poco fuera, la ciudad de Alguer, a la que llaman la “Barceloneta” italiana.

Sin duda una aguará o un guacamayo de coloraciones  en el acreditado paño catalán.

No hay  el menor titubeo: La política es más complicada que el ajedrez utilizándolo  en sentido de la brisca, estos naipes  que se juegan con la baraja pueblerina y el sentido común, la picardía y muchos años moviendo cartas mientras enseñan la forma de no dejarse engañar. En esa circunstancia  está actualmente España con respeto a Cataluña, encontrándose la salvedad de que ese movimiento de sotas, caballos, espadas y bastos independentistas  se encuentra tejido en los insurrectos  sobre falsedades  mezquinas.

En mitad del medio hay una lamentable realidad: Los gobierno de La Moncloa no tenían que hacer medidas extraordinarias, meramente cumplir la Carta Magna que la nación afianzada bajo la cobija de los partidos representados en las Cortes, incluidos los votantes catalanes,  votada con mayoría absoluta.

Tal situación nos lleva a rotular  que los independentistas son una maquinaria   de expander  bulos a mansalva y  falsear con procacidad a sabiendas de que una mentira repetida docenas de veces se convierte infaustamente en  posverdad, un núcleo demencial  en que las quimeras pueden sobrevivir como peces  en el agua.

Ensombrecido el sentido común en Cataluña, los insumisos expanden  falsedades en los  leoninos medios de comunicación del “proce” que permanentemente  lanzan sofismas, bulos y ficciones  igual a rayos que no cesan.

 Tan deplorable se halla la situación en ese bochinche formado en su conjunto  por estudiantes creyendo  revivir el “Mayo francés de 68”  de adoquines y eslóganes  cuando ninguno de ellos  habían salido del ovulo materno y aún hoy ignoran el sentido de aquellas pintadas espontáneas tan creativas:” ¡La imaginación al poder!”, “¡Tomemos el cielo por asalto!”, ¡Seamos realistas, pidamos lo imposible!

Lo que  ahora reaparece en Cataluña  es un desmadrarse  irracional, una platina política al más rancio estilo del nacionalismo aburguesado que todo lo lleva al naufragio.

En pleno siglo XXI la patriotería encara una ruina moral y económica  venida de un pasado hendido.

 



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