Desgarrar España

En la actualidad y al no haber aprendido nada del pasado, se sigue imponiendo  en la España nuestra de cada día, un nacionalismo caduco  y decadente que, aparte de ser un descarrío, es una burda tergiversación de la propia verdad histórica.

¿Que los catalanes han luchado con empeño, bravía y denodadamente por obtener su propio estado? Cierto, sin embargo la realidad auténtica, real, palpable, es una sola: el país catalán solamente pudo ser verdaderamente independiente  durante una semana de 1641. A partir ese tiempo ha llovido lino, limón y ha proliferado el sabroso pan con tomate, “pa amb tomaquet”,  en la hermoso lengua nativa de Josep Pla.

Los lances independentistas  que se están sucediendo previos al sufragio del próximo 1 de octubre, con la capacidad operativa  de la CUP, partido anticapitalista y feminista que ha levando ronchas, es la  vuelta de tuerca que cada cierto tiempo, con virulencia, intenta sacar a Cataluña de España. Vano intento.

No hay duda: la  heredad catalana posee más prerrogativas que el resto de las comunidades españolas.  Es un predio mimado y, en honor la verdad, bien merecido. Representa una región  dinámica y de una personalidad innata  admirable, y seguirá siendo así hasta que todos los españoles lo decidan o no, dentro de otra nueva constitución. Con la Carta Magna actual es inverosímil, ya que la cesta con  los huevos de alondra ya están llenos. Sin ello, irrealizable una República Catalana.

 La frase se la reparten a partes iguales Carlos Marx y Napoleón III, sucediendo una debacle   cuando los desmadres se repiten “una vez como tragedia y otra como farsa”.

Al ser los conflictos  políticos una puesta en escena permanente, un descomunal espectáculo de tonalidades, en el presente drama el único resultado posible al final es  una nueva pantomima subiendo  a las tablas del Liceo barcelonés.

En un mundo interconectado como el actual, poco y mal se entiende el separatismo como “soberanía nacional” cuando en realidad no es posible en las presentes circunstancias; “nuestras sacras fronteras” - frase de cartón piedra -   o “valores de la raza”, son expresiones  rebuscadas y siempre a mano de los nacionalistas domingueros  a la hora de llevar sus entelequias hacia un reducto alicaído.

Siendo uno mismo ciudadano pleno de nuestro planeta azul, hay algo en nuestra cutícula que no lo puedo dar de baja: soy español de oficio y templanza. También de soledades. De manera ambivalente. Con frecuencia, soñador y gañán. Un producto típico de una casta repleta de huellas, arados, fe, dudas, coraje, poemas, noches perdurables y amanecidas espléndidas en cualquier parte de  esta piel arrugada de asno, toro o mula prieta, y es que   al buen decir de los historiadores Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga:

“A veces, la conciencia de pertenecer a una misma familia y la lucha por defenderla del extraño se impusieron sobre cualquier pensamiento; otras, se exageraron  las diferencias, buscando romper los vínculos estrechados por los años entre las culturas peninsulares”.

Jorge Luís Borges  fue claro: “Si de algo soy rico es de perplejidades y no de certezas”. Sin duda plasma al carbón a la España de ahora mismo y de siempre, siendo así que  Eugenio de Nora expresara:

“España, España, España. Dos mil años de historia no acabaron de hacerte”.

En otras ocasiones y no tan  funestas como en la hora presente hemos mencionado: el individualismo en cada autonomía regional sin pensar en el mañana de todos,  está llevado a España a  un hueco ennegrecido. Quizás no se complete ahora mismo la malaventura anunciada, pero no hay duda,  sucederá.

Se puede – y aún así es imposible -   negar la existencia del nacionalismo cetrino y  aún con ello no se impedirá el deseo del secesionismo catalán  que en la última década  tomó el camino de la autocracia.

Hay algo en que los españoles coinciden a partir de aquella restauración nacional de 1978 tras la muerte de Franco: la arremetida permanente del catalanismo independentista de Monserrat  contra el Estado central, aún  cuando nadie, absolutamente nadie, está por encima de las leyes que todos refrendaron en su día. Tampoco los hijos de san Jorge de Capadocia.



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