Abajo cadenas

A veces duele recordar. Es difícil hacerse una composición de lugar divagando sobre qué nos trajo hasta Venezuela. Los últimos días en aquella patria ya tan lejana no fueron precisamente fáciles. Sin embargo, una vez en el avión que nos llevaba al Caribe,  empezamos  a respirar otro aire.

 Aquí podíamos pensar  y hablar sin ser perseguidos, y  así fue como empezamos a  amar esta tierra  que nos dio lo que nuestra patria de origen nos había negado. Al principio era algo  nuevo más allá  de cualquier sueño, pues tras  una larga dictadura, Veíamos con asombro la  convivencia entre adecos y copeyanos, masistas y comunistas,  sin que ello enturbiara la  amistad entre unos y otros.

Y nos acostumbramos a  esa forma de vida, la mejor posible dentro de las diferencias.  Y de la costumbre surgió la indiferencia. Ese era nuestro  mundo y así seguiría siendo.  Y no supimos ver que esa abulia nos ahogaba en un mar de corrupción.

Un día alguien dijo – Hugo Chávez -  “por ahora” y creímos despertar. Y como tantos otros acompañamos ese sueño. Lo arropamos, lo defendimos, creyendo ciegamente que estábamos ante la alborada de un nuevo país: un reto para todos, en el que la justicia sería la bandera que ondearíamos con orgullo, donde no habría que preguntarse cuánto vale un juez. El país soñado con oportunidades. La tierra rica que sabría distribuir su riqueza  sobre sus hijos y quienes -aún no siéndolo por nacimiento- habíamos escogido este lugar como el más idóneo para desarrollar todos los anhelos.

A veces duele darse cuenta de los errores cometidos. Comprender que el remedio fue peor que la enfermedad. Asumir que ayudamos a crecer a un monstruo que, paso a paso, ha ido cercenando todos nuestros resquicios de libertad. Nos encontramos en una Venezuela  en que cualquier ciudadano puede ser imputado del más pavoroso delito, en base a testimonios sin ninguna credibilidad, y sin   posibilidad de defenderse frente a un poder judicial enteramente inclinado  ante el Líder Máximo.

Es frustrante reconocer que huimos de una dictadura para terminar en otra.  Y no es cuestión de ideologías: la España franquista era de derechas, mientras que esta Venezuela de hoy se proclama de izquierdas. Dictadura es dictadura, no importa cuál sea su signo. Cualquier régimen que coarte la libertad individual – el bien más preciado después de la vida- debe ser condenado y combatido hasta el último aliento.

Hugo Chávez, cara a las elecciones presidenciales del próximo 7 de octubre, tras 14 años con el poder absoluto en sus manos, puede caer ante el empuje del joven gobernador Henrique Capriles Radonski. No será fácil, el control del régimen cubre cada capa de esta nación de dones y gracias.

“Abajo cadenas”, dice el bellísimo himno venezolano. Hagámosle honor. La dignidad de un pueblo está en juego.



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