La Parca parece ser la única que trabaja en estos tiempos, y lo hace sin descanso, en su inexorable y ciega vendimia. Cuando aún no había encajado la pérdida de una buena amiga, Rosa --un fuerte abrazo, Alfredo-- el sábado, aunque soleado, se nubla con la triste nueva de que un ilustre doctor y un amigo del alma, Eduardo González, Macano, se subió al velero del destino para navegar, seguro, por el anchuroso mar del cielo en el que creía. De su calidad científica y profesional, a la que se sumaba la perspicacia diagnóstica de un médico de los de antes, de los de calibrar al paciente a la primera y darle calma, confianza, desde la primera frase, de los de 'poner les gomes', de ello, son testigos y protagonistas no sólo sus colegas, sino y sobre todo sus cientos de pacientes que en todas partes y todos los días le transmitían su agradecimiento, respeto y cariño.

Yo siento además la perdida del amigo cómplice, del conversador inteligente, del camarada bienhumorado, del analista zumbón, del corazón solidario, de la persona sensible y del asturiano por los cuatro costados. Hasta en el Día de Asturias se produjo su último acto trascendente. De los buenos amigos te queda mucho dentro. Frases, ideas, manías, filias y fobias, gustos gastronómicos, conocimientos, trucos de la vida. En ese sentido, claro, no los pierdes del todo, porque en parte quedan indeleblemente grabados dentro de tí.

Por si los deseos sirven de algo en ese abrumador más allá al que estamos abocados desde el mismo día del nacimiento, el mío es que la nube que le toque a Eduardo sea un airoso tres palos, con un velamen a prueba de tormentas, con el que pueda surcar el azul infinito acompañado por las risas de sus nietas y los mejores recuerdos de su vida terrenal. Y en esa nueva mar, que no precisa cartas de navegación, astrolabio ni sextante, que vaya pescando con calma los mejores virreyes, lubinas, lenguados y salmonetes para compartirlos con su gente querida en la mesa de la eternidad.

Macano, amigo, nos vemos.