Seguiré paseando contigo, Don Ángel

Justo salgo dos días de esta tierra amada y a la vuelta me acecha la noticia triste, esa que nunca quieres, aunque sea ley de vida. Murió Ángel. Ángel Martínez. El padre de Javier y de Alberto, a los que tanto quiero, y por separado, además, porque en esa comprensión cosmogónica que heredaron y acrecentaron con cada uno de ellos establecí profunda amistad y comparto inquietudes culturales y humanas bien distintas pero coincidentes. El esposo de Doña Rosario, otro cúmulo de inteligencia y grandeza humana a la que junto a sus hijos, desde aquí, envío mi abrazo solidario a ese corazón tan enorme que caracteríza a la familia. Y a Yayo, parte de ese universo entrañable del que, Deo Gratias, me fue dado participar.

 

A tí, querido Ángel, me queda decirte dos o tres cosas. La primera, que mientras viva y sea consciente de ello, las largas conversaciones que mantuvimos, allá en tu Caravia la Baja, allá en tu querida Llanes, alla en nuestro querido Gijón, allá en Somió, allá en Madrid, allá..., seguirán vivas como vivos fueron los vitales paseos que compartimos. La segunda, que de las muchas cosas útiles y practicas que extraje de esas y otras conversaciones, muchas me fueron y siguen siendo de utilidad. La tercera, que siempre pusiste el valor de la amistad por delante, como en esas pescatas de salmón con cesta de la merienda incluida, por decir, sabes, y yo voy a seguir teniéndolo así: por delante.

 

Me queda por decirte una última cosa: Te echaré de menos. Pero no te olvidaré.

 

Un abrazo, Ángel



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