Periódicos sin desperdicio

Salieron al prado de junto a casa donde está siempre la quintana, el cogollo, es decir, de la unidad familiar, la sociedad, más que de ganancias, de participación en las pérdidas y la economía tradicional, de supervivencia del agro de esta región, esta comarca, rodeada del prado de arriba de casa, el prado de debajo de casa y los prados de junto a casa. Salieron, escarbaron y allí estábamos, en nuestro búnker, acechándolos, viendo la mordida, la mamandurria, la recomendación, el nepotismo, la endogamia, el unte, la sisa y, a la vez, el peloteo y el despelote, el pelotazo y el pelotón de los torpes, en que nos quedamos los que por preguntar nos ha tocado servicio.

Ahora los ponen en los periódicos y se nos salen los ojos de la órbitas y se nos sube el embozo del miedo, viendo las consecuencias de que no se sabe quién, pero es probable que los que hablaban del cambio por el cambio, hayan derogado unos principios renqueantes, seguro que necesitados de retoque, pero que si vienes, los derribas y asolas y mientras no haya otros, habremos regresado a la selva de las leyes del Talión y el más fuerte, al final de cuyo respectivo imperio no hay más que una ciega espiral de violencia culminada en el caos.

No tienen desperdicio, los periódicos nuestros de cada día, sea cual fuere su candidato preferido, su partido más atractivo para los comicios que vengan, cada vez más frecuentes. Desde alfa hasta omega, desde la página uno y el editorial hasta el cierre del columnista desterrado al dorso de la última hoja, no falta en ninguna el manchurrón de un evento sorprendente, un indignante acontecimiento o un truculento suceso.

Políticos torticeros, complicados con escalatorres aprovechados de la venalidad de aquéllos para ellos forrarse; cada día mayor obcecación en tomarse la injusticia de matar con premeditación y alevosía por la mano; entrar a saco con nocturnidad, escalo, fuerza y en cuadrilla los bienes ajenos, y frecuentes cagaleras de dinero público ido por el desaguadero del descontrol.

¿Cómo es posible que se trate de mantener ni se permita, una organización administrativa que por boca de sus prebostes manifiesta pública, expresa y explícitamente que no le da, sin empeñarse habitual y progresivamente, lo que ingresa, para prestar una parte de los servicios que pretende ofrecer?

¿Cómo pueden cuadrillas de agitadores mezclarse impunemente con manifestantes, más o menos pacíficos o más o menos entusiastas, pero casi siempre excitados y crispados, con el exclusivo propósito de provocar, insultar y zaherir a los agentes de la autoridad hasta que pierden paciencia y control y cargan airados, para, a renglón seguido, imputarles haberse propasado con infelices inermes y pacíficos?

Contaban, recuerdo ahora, lo de aquel fontanero acusado en juicio de faltas por blasfemia, cuando la blasfemia no era sólo pecado, sino también delito, que explicaba que lo ocurrido había sido que estando al pie de la escalera mientras allá arriba, a la altura del techo, soldaba el aprendiz una tubería, le cayó a él, el maestro, una gota de soldadura al rojo en la calva. Había dado un salto y le había dicho al mozo: pero Pepe, caramba, por favor, pon un poco más de cuidado, mecachis.



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