¿Sirve la espiritualidad para el bienestar psicológico? ¿Qué es?

¿Sirve la espiritualidad para el bienestar psicológico? ¿Qué es?

La paciente de la habitación H4 se llamaba Laura y se iba a morir en unas pocas horas.

 

Sentados en dos butacones de la habitación estaban sus dos hermanos mirando la cabecera de la cama donde una mujer de cuarentaicinco años parecía dormir, aunque ellos sabían que era la sedación masiva lo que provocaba aquella artificial escena de paz.

 

Bernabé decía que era muy triste acabar así. Decía que qué razón tiene vivir y ser buena persona con todo el mundo si, al final, el final es el mismo para todos e, incluso, más temprano y doloroso para los buenos como Laura.

 

Aurelio, su hermano, le replicaba que no dijera eso, que Laura había sido feliz y había hecho feliz a muchos con su vida y, al fin y al cabo, la vida ha de ser sumar el máximo de días habiendo sido feliz uno mismo y/o haber hecho felices, es decir, hacerles su vida mejor contigo que sin ti, a los que quieres.

 

Decía que, para él, cualquier vida tenía sentido si había, al menos, provocado la felicidad de otros, en algún momento, incluso un bebé de días cuya vida se trunca sin haber despegado aún.

 

Sin embargo, nos aferramos al dolor, como un compromiso, como un deber nos quedamos con lo que perdemos.

 

–Eres un iluso Berni –le dijo el racional de su hermano mayor–, eso es palabrería barata –y señaló a la cama–. La realidad es que una mujer joven y buena se va a morir mal y pronto.

–No hay forma buena de terminar algo que fue bueno como lo fue ella y la vida que nos dio –respondió el benjamín levantándose a acariciar las sábanas de Laura–. Además, su alma es eterna –apostilló sin inmutarse el muy religioso Bernabé.

–¡No me vengas con esas, Berni! –exclamó ofendido– Se muere y punto. Solo dolor hasta que el tiempo lo suavice.

–Sigues sin entender mi interpretación de la vida y de la muerte –prosiguió sin alterar su semblante calmado–, la vida es sumar días felices y la muerte, que nunca es deseable, no ha de frenar esas intenciones. Después de su muerte me queda la labor de que su recuerdo provoque felicidad, ahora a mí nada más, o a ti si quieres, y a todos los que se quieran sumar. Yo podría sentir felicidad con su recuerdo aunque aceptara que todo se acabó y el cuerpo de Laura no fuera más que polvo y nada más. Me facilita las emociones pensar que está bien, que me observa, que me rodea y me cuida e, incluso, pudiera volver, reencarnarse o convertirse en una estrella.

–Eso es autoengañarse, estúpido –le espetó Aurelio con hartazgo.

–Tan cierto es el apagón absoluto de la vida que tú defiendes, como mi relato místico, religioso, espiritual… Llámalo como quieras –Bernabé miró a los ojos a su hermano–. Las dos visiones son igual de buenas, igual de malas, igual de estúpidas, igual de ingenuas e igual de mentira –sentenció con una de sus frases lapidarias ante el cuerpo, ya muerto, de su hermana–: pero yo elijo que Laura me siga haciendo feliz.

 

Días antes…

 

–¿Qué piensas?

–Pienso en ti, ¿no lo has notado?

Ella sonrió.

            –Pues todos los días pienso y pensaré en ti –Bernabé le guiñó un ojo–. Mi cabeza es como la lámpara de Aladino y tú pasarás a mi lámpara y a todas las lámparas de los que te amamos ayer, hoy y seguiremos amándote. Además, contaremos a otros cómo eres para que ellos también te amen en un futuro.

Berni, el hermano ingenuo e idealista, prosiguió:

            –Has hecho buen trabajo Laura. Eres un genio con muchas casas. No todo el mundo lo logra. Algunos no logran quedarse ni en la lámpara maravillosa de sus hijos. No todo el mundo logra la inmortalidad, consciente o inconsciente –quién lo sabe–, como tú. Amor.

 

Autor: José Ángel Caperán

Psicólogo

Nº Col. O-01888

Cita Previa –presencial y videoconferencia-: 984 05 29 25

jacaperan@gmail.com

C/Magnus Blikstad nº21, Oficina D. Gijón. Asturias

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