Parecidos y diferentes (1ª parte)

SUM QUI SUM, hay que intentar no dejarse ser QUEM ME FACIUNT.

 

            El último 8 de diciembre, en el Vaticano, después de la Misa de apertura del Jubileo y antes de abrir la Puerta Santa de la Misericordia, Benedicto XVI (mi “bendito Benedicto, así llamado desde hace años) y Francisco se encontraron y abrazaron. Tal abrazo azuzó, nuevamente, mi pensamiento sobre los parecidos y diferencias entre ambos, sobre lo cual -por cierto- se ha escrito bastante, y sobre lo cual quiero escribir a continuación.

            Partamos –es importante- de lo que ya parece indiscutible. La Introducción al Cristianismo (1968) de Ratzinger provocó un sentimiento de simpatía y atracción en el Arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, que, por esas fechas, ya se movía con fuerza en el Vaticano (¡Qué importante es la sim-patía y qué escasa en clérigos lo que supone derrochar energías pastorales!). Ya Juan Pablo II, Wojtyla llevó a Roma al cardenal Ratzinger en cuanto teólogo, pero no de la “Casa pontificia” –ese puesto siempre lo ocupó un fraile de la Orden de Predicadores (estaba ocupado entonces por el suizo Georges Cottier, luego cardenal)-, sino de la Curia romana. Y estuvo en la Curia durante veintitrés años, pero nunca “fue” de ella (sutileza en su obrar). En dos importantes encíclicas de Juan Pablo II está Ratzinger: en la Veritatis Splendor (atención a esta palabra de profundidad estética próxima a lumen) y en la Redemptor hominis (“la búsqueda de la verdad, insaciable necesidad del bien, el hambre de la libertad, la nostalgia de la belleza”).

 

Wojtyla deseó que Ratzinger fuera su sucesor, éste también quiso ser Papa, y cuando Ratzinger renunció, deseo que su sucesor fuera Bergoglio, en el que tanto pensó desde que en el cónclave en el que fue elegido Papa (Ratzinger), vio la luz de aviso –abisal- por el elevado número de votos que recibió el cardenal argentino. El periódico El País el 24 de septiembre de 2005 tituló:” El argentino que pudo ser Papa” (pág. 28).

            Las diferencias entre ambos Papas son manifiestas. Pero hay una que pareciendo circunstancial, es sustancial: Francisco pertenece a una Orden religiosa y Benedicto a ninguna, no. Todas las órdenes religiosas son peculiares y la Compañía de Jesús más, si cabe, pero sus miembros, sean padres o frailes, están sujetos a un modo de vida determinado y peculiar por la obediencia. Una manera de vivir en el que la vida en comunidad es esencial, así como la jerarquía, en la que hay Padre General o Maestro de la Orden, hay provinciales, hay superior de la comunidad o prior del convento. Si los jesuitas presumen de la libertad individual de que gozan sus miembros, su estructura es profundamente jerarquizada. Los de la Orden de Predicadores, que no dejan de alardear que sus Constituciones son ejemplo de democracia, también someten a sus frailes a comportamientos “uniformes” (los de Domingo de Guzmán no dejan de acusar a los otros, los SJ., de tener una estructura más o menos autoritaria y lo último sobre esto se pudo escuchar en la conferencia de fray Francisco Javier Carballo dentro de las “Conversaciones de San Esteban” (Salamanca) con el título de El gobierno dominicano como creatividad.

 


            Lo antecedente quede escrito sin ignorar el margen de heterodoxia que las Órdenes, a veces, conceden a sus miembros, siendo ejemplo de mucha heterodoxia la de los salesianos con el cardenal Bertone, salesiano.

            La cuestión es: ¿Podría Benedicto haber pertenecido a alguna Orden religiosa? La respuesta es un no, rotundo.

 Y vayamos primero a lo circunstancial: sabemos que un objeto esencial en la vida de Benedicto ha sido y es un piano –es pianista-; pues bien, ¿es imaginable un fraile dominico, un padre jesuita o un capuchino hacerse acompañar en sus traslados de residencia, colegio mayor o convento con un objeto tan pesado y delicado como es un piano de cola? ¿Dónde meterlo si las celdas son estrechas o si las habitaciones con literas hay que compartirlas? No parece posible. Francisco, jesuita, puede vivir –está acostumbrado- en ese hotelito o colegio mayor que es la residencia de Santa Marta en el Vaticano, pero Benedicto XVI del palacio arzobispal de Munich pasó al de la Doctrina de la Fé, de éste al Palacio Apostólico y de éste al “palacete” en el que reside actualmente, Mater Ecclessiae, que se llama convento, que no es tal: cuatro pisos  y rodeado de jardines. Y lo del Palacio Apostólico, nido de espías o de víboras no es argumento a contrario, para Benedicto, naturalmente. 

Y vayamos ahora a lo sustancial: mi bendito Benedicto es un esteta de pies a cabeza, y un tal no puede vivir en cualquier sitio: ha de vivir en palacio. Me apresuro inmediatamente a advertir a mis lectores de que no se han de equivocar, resbalar o caer: sé que no es adecuado a una personalidad tan profundamente religiosa como la de Benedicto atribuirle sustantivos de raíz y semántica tan profanas y de tanta profanidad como esteta o dandy (­­­­­­­­­­­­­­­­­pro-fanus es lo que está fuera del templo, careciendo de la condición de sagrado y no confundir con el patio de los gentiles). Al sentido profundo de la religiosidad del Papa emérito se une, muy vinculados, un sentido profundo de la estética, del bien, de lo bello y de la veritatis splendor. Tampoco ignoro que la estética, tan cercana a la ética, plantean importantes problemas a lo religioso, también a lo religioso cristiano, pues los diablos y luciferes la acosan por todas partes..

 

La misma pregunta que Hans Urs von Balthasar hizo a sí mismo, se  puede hacer de Ratzinger: ¿Es un teólogo de la belleza o es un esteta teológico? Y aquel teólogo suizo fue fundamental a Ratzinger. Recuerdo, en los primeros años setenta del pasado siglo, haber visto la revista que ambos fundaron, junto con otros –Communio- en el departamento de Derecho Canónico dirigido por el entonces catedrático de la asignatura don Alfonso Prieto. No son casualidades que von Balthasar también haya sido pianista y que el Papa emérito haya dicho que el libro que estaba leyendo, al trasladarse a su residencia de Mater Eclessiae, fuera Gloria. Una estética teológica de Balthasar, sin duda, siete volúmenes “con clase” o classicus, y la pasión de ambos tenga un nombre: primero música y luego Mozart. Un Mozart teologal y católico cuya música, según von Balthasar “es un lugar de diálogo  entre la naturaleza humana y la divina”; no es un Bach, maravilloso, que, para “entenderlo”, haya que ser luterano y que haya que ser alemán para disfrutar del lied (lo de la “masonería” (Mozart) no debe perturbar). 

 

Von Balthasar, por su monumental obra es indudable un teólogo de la belleza y Benedicto XVI acaso puede acercársele, pero no, no llega a tanto, son  interesantes sus desperdigados y plurales textos de estética teológica, que es muy diferente de la teología estética. Lo expresó con claridad el Papa bávaro al decir: “”El “logos” creador no es simplemente un “logos” técnico. Es más amplio; es un “logos” en el que hay amor y que se expresa en la belleza y en el bien. En realidad, para mí, el arte y los santos son la mayor apología  de nuestra fe””.

Por el arte, la belleza y la obra bien hecha también se puede llegar a Dios, Uno y Trinidad: saber lo que es y conocerlo. Eso supone contemplación, un conocimiento trascendente a lo racional, una pasión de solitario, próxima al arrobamiento o éxtasis místicos. Y de eso resulta una peculiar manera de ser y estar. No hay género, sino individualidad e ipseidad.

ÉSE es Ratzinger.

Y ahora me doy cuenta, ahora, por qué siempre le llamé mi bendito Benedicto.

(Continuará)    

El texto fue escrito en la noche del pasado miércoles, mientras por los auriculares se oía, repetidamente, el 4º Movimiento de El Greco de Vangelis Papathanassiou, compositor griego. Es una invitación a los lectores.

 



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