La guerra que vendrá

 

 Hace dos inviernos, a orillas del Mar de Galilea, habiendo bajado de la aldea drusa de Dalyar en las estribaciones de la cordillera de El Carmelo, y rezado, como cristiano viejo, las Bienaventuranzas en el monasterio de las religiosas Franciscanas, en medio de ese amplio triángulo que partiendo del norte de Israel abarca la llanura de Genezaret, la ciudad de Tiberiades y el territorio de Betsaida en el que se alzan los restos arqueológicos de Cafarnaún y Corazoin, el experto guía que nos acompañaba, un rioplatense  judío,  reflexionó:

“Las guerras que  vendrán ahora en estas tierras de olivos milenarios y sándalos bíblicos asumirán con  fe el agua, no el petróleo ni la política de enfrentamientos surgida en las franjas sangrantes”.

Viendo el Lago de Tiberiades saturado, me asombré al advertir la abundancia del preciado líquido en su valle. Unos meses antes había estado nuevamente  en sus riberas pernoctando en el kibutz Ein-Gev, y el agua en ese entonces se hallaba  unos cien metros alejada de la orilla. ¿Qué había sucedido? Lluvias o un milagro. Parece ser  cierto que Yahvé, cuando el pueblo elegido padece alguna calamidad temible, no se olvida de él.

El Premio Nobel de Literatura Saul Bellow escribió un libro hace medio siglo   con el título “Jerusalén, ida y vuelta”.  Posiblemente se cavile  que esas páginas – tras cinco décadas y cuando tantos   hechos han venido sucediendo en esa cenefa de surcos entre la orilla  del Mediterráneo, las riberas del río Jordán y el desierto de Néguev hacia el mar Rojo - poco o nada puedan decirnos ya. No es cierto: cada día que surge en  las estribaciones de Oriente Medio, los sucesos cotidianos siguen reflejando los acaecimientos enfrentados con  las mismas secuelas que  implican permanentemente a israelitas y palestinos.

A Bellow lo  leímos a recuento de las opiniones que sobre él tuvo Gore Vidal al momento de matizar el destino de los judíos norteamericanos, a los que  supo disecar hasta hacerlos pergaminos, taladrando a sus palabras  las expresiones de una divinidad  perennemente furiosa contra la tribu elegida,  a la  que aún así ayudó, contra viento, pleamar y holocaustos a través de los siglos – y lo sigue haciendo – obligándolo a batallar contra los elementos y las adversidades cabalísticas.

Martin  Amis, el escritor que se mofó de la critica literaria   dijo de Bellow: “En el nombre de Saul hay una errata: la “a” debería ser una “o”. Recordemos que  “soul”  es alma en inglés.

En Jerusalén, atravesando el barrio griego al cristiano, cruzando la Ciudadela, penetrando bajo los toldos de los vendedores armenios de baratijas y dejando a la izquierda el Muro de las Lamentaciones, encontramos la primera Madraza abierta a la zona musulmana. Cerca, en una de esas calles, la fe de Jesús el galileo que el viajero lleva en parihuela, rezó ante  las estaciones punzantes  reflejo de  la tragedia de Cristo.

A  lo largo de la Vía Dolorosa, nuestros pasos peregrinos nos hacen caminar ceñidos a  las  brumas sudorosas.

No acudimos a Israel a hincarnos de rodillas ante las murallas viejas, caídas, achicharradas al sol, sino a ver y contar.

Ante las actuales circunstancias políticas, nuestra presencia se hizo temerosa en algunos momentos y en otros reflexiva y dialogante, ya que para intentar comprender en  su dimensión el drama de ese perenne conflicto  – nada parecer ser lo que aparenta -  uno debe escudriñar en el barro que ayudó a moldear a estos humanos tan combativos.

Al no ser uno experto en nada,  acudimos como turista por los senderos de Israel y Palestina, a  entender – si eso fuera posible – la historia en su contexto. Vano intento.

En una heredad de trances y discordancias en que una urbe, Jerusalén, es defendida a   balas,  pedruscos y cuchillos, entre  judíos, cristianos y musulmanes, uno intentó comprender como  un Dios, llámese también  Jehová o Alá, morando a su vez en la cúpula de la Roca, el Santo Sepulcro y el Muro de las Lamentaciones, pueda presenciar tantos conflictos envueltos en sangre sin inmutarse.  Será necesario volver leer en ese trance  “Vida de Jesús” de Ernest Renan.

No hay explicación posible. Me pidieron no venir a Israel. Vano empeño.  Tomamos el sendero de los creyentes penetrando a la Ciudad Santa  por la Puerta de los Leones. Rugía el alma y la Madraza de al- Sallaniya  se alzaba ante nuestra mirada fascinada.

Esas moles de piedra protegen y siempre se ha sabido. Saber es mucho más que creer.

Martin Heidegger lo imprimió: “Ninguna época ha sabido tantas y tan diversas cosas del hombre como la nuestra. Pero en verdad, nunca se ha sabido menos qué es el hombre.”

  Toda persona  está cincelada de sueño y olvido, cáñamo y agua, lágrimas y risa, amores tiernos y miedos temibles. Lo dijo el autor de “Soledades”: “Esto que tengo de arcilla y esto que tengo de Dios”.



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