La oración del publicano

Leo el evangelio de este domingo y veo cuando se levanta el telón de la parábola del fariseo y del publicano, que aparecen dos personajes: el arrogante y otro que se siente poca cosa. Y como en todo buen relato aparece la acción. Los dos "subieron a orar". Y no hay que olvidar a un tercer personaje, central, Dios mismo. A El se dirigen las oraciones, y es El quien responde o rechaza.
El fariseo no sabe presentarse ante Dios, se olvida que es pecador, se disfraza con la arrogancia de las buenas obras y el desprecio a los que no son del "palo". En cambio, el publicano sabe presentarse ante Dios, "no levanta los ojos", "se golpea el pecho", admite que es un pecador: "¡Oh, Dios!" "Ten compasión de mi". Y se va a casa limpio y perdonado. Esta es la auténtica oración que Jesús alaba.
Y es que Dios perdona a quien se lo pide, y no puede hacer nada por quien quiere justificarse como persona perfecta. Porque la eficacia de la oración depende de la bondad de Dios, no de nuestras buenas obras y menos de nuestra arrogancia.



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