Valentín Andrés Álvarez, en una anécdota que Ortega comparte en El Espectador con modificaciones, cuenta que había un loco en Xixón quien afirmaba que el fútbol no existía, que era una cosa que habían inventado los periodistas de Uviéu contra los de Xixón. A mi entender, esto del debate del estado de la Nación es, de forma semejante, algo que inventaron los del PSOE y los del PP para meterse unos con otros, y de paso, y sobre todo, dejar fuera del tinglado a los demás.
Realmente el llamado «debate sobre el estado de la Nación» ningún interés presenta fuera de ese que tiene para sus dos protagonistas principales. Frente a lo que ocurría hace treinta años, en estos tiempos en que los centros de información y «entretenimiento» se han multiplicado por cien, en que aquella se ha hecho instantánea, en que ya sabemos horas antes hacia dónde van a orientar sus discursos y hasta lo que van a vestir los contendientes en las Cortes, porque lo filtran ellos mismos, tiene poco interés escucharlos. Y, digámoslo también, ya que es positivo, tiene poco interés porque los ciudadanos no esperan ni temen, por fortuna, ningún sobresalto, ninguna revolución proveniente de los políticos de los dos partidos mayoritarios. De modo que ambos vienen a poner de su parte todo lo que les es posible para hacer efectiva aquella máxima de Montesquieu: «felices los pueblos cuya historia se lee con aburrimiento».
De esta manera, el debate entre los antagonistas principales, don Mariano y don Alfredo, se ha reducido a confirmar que efectivamente cada uno hablaba de aquello que beneficiaba su actuación o sus expectativas. El primero, una y otra vez de la indudable mejora económica con respecto al abismo al que estuvimos asomados hace poco más de un año y hacia el que estuvimos preparando el camino durante mucho tiempo. De esa senda apenas se ha desviado más que para hablar de dos graves amenazas: la inmigración y la cuestión catalana. El segundo ha incidido en aquello que, al margen de la mayor o menor razón que le asista, excite más a su parroquia o haga recordar a los millones de personas golpeadas por la crisis que lo son, a fin de que, sea cual sea la causa de esa crisis, liguen esa situación al hecho de que quien gobierna ahora es el PP. En esa línea, las palabras «dolor», «recorte» y «mujeres» han sido la música de acompañamiento de su discurso.
Naturalmente, no ha faltado, por parte y parte, el recurso a la memoria de lo que los otros han hecho erradamente en el pasado o a sus fracasos. En esa medida, la marca cuantitativa la ha obtenido, como era de esperar, el señor Rajoy; la temporal, el señor Rubalcaba, citando un artículo de Rajoy en el Faro de Vigo, allá en el año de gloria de 1983.
Pero afortunadamente, repito, unos y otros políticos —incluidos muchos de los minoritarios— son previsibles, especialmente don Mariano, que presume de serlo; y así nos hemos librado de que en el día de anteayer este hubiese tenido una ocurrencia andando en bicicleta por la Moncloa, como lo ocurriera a Zapatero en su día jugando a baloncesto, y nos trajera un despilfarro de dinero en forma de cheque-regalo con el pretexto de cualquier materia.
Por cierto, viniendo hacia casa para escribir este artículo me he encontrado con un loco simpático, en Pimiango dice ser nacido, al que de vez en cuando escucho e invito a un café. «Esto del tema del aborto», me dice, «es un invento del PP, al ver que el PSOE y Rubalcaba no paraban de perder votos por su izquierda. Así consigue que recuperen y les es más fácil entenderse».
Lo dejo tomando el café y vuelvo al ordenador. No puedo dejar de pensar en las fiestas invernales del Nicolasillo y de los Inocentes, y en cómo nuestra cultura, y la Iglesia con ella, ha simbolizado tantas veces la paradoja de la lucidez y la verdad en la boca de los simples.