Por lo general (por lo coronel, decía el poeta Irigoyen), el pronóstico del tiempo era cosa de hombres, como el Fundador, el coñac, por supuesto, no se equivoquen. Hoy, ayer o mañana, son ellas quienes nos avisan de la ropa que debemos de preparar para el día siguiente, de la maleta que hay que hacer para un fin de semana fuera de casa o, peor todavía, de las valijas que hay que pasar por la cinta del aeropuerto para correr un par de días por Londres, Berlín o París. Puede pensar el hombre del Fundador, sólo para hombres (o Soberano), que ellos lo hacían mejor. Afortunadamente, puede ser así. Que se pueda escribir que ellos lo hagan mejor que la mujer en estos días es una buena noticia. El mapa genético, el CSI, las pruebas molares no han hecho, en la ciencia de los últimos años, de las últimas dos décadas, otra cosa que certificar la igualdad. Una evidencia tan obvia que desmerece las reivindicaciones palurdas. Cuidado, no frivolizo el asunto: aún quedan unos cuantos kilómetros, cientos tal vez. Pero casi todos o son laborales o están dentro de casa. Hay, fuera de los sondeos precampañas o ‘preloquesea’ , estadísticas tan inapelables, como tan tristes. Como tan imprescindibles. Ojalá hoy haga un buen día, dentro y fuera de las televisiones. En el norte y en el sur de los mapas que habitamos.