Hasta siempre, Vitorón, amigu (en la muerte de Víctor Bango)

Una triste noticia la que este jueves llega a la familia hostelera asturiana y a tantos clientes y amigos que durante años lo fueron, lo fuimos, de Víctor Bango, Vitorón, y su restaurante. Del restaurante, que yo conocí siendo un guaje como sidrería, en el mismo emplazamiento que en la actualidad, no les hablaré, presumiendo que de sobra les es conocido y hoy no viene a cuento. De Víctor sí. Asturias pierde un paisano singular, un playu zumbón, inteligente, con las ideas claras y poco amigo de componendas y disfraces. Victor no nació con pelos en la lengua. Y eso hizo de él una persona encantadora a la que, además, su ingenio mordaz convertía en apasionado polemista y ameno conversador. Nunca olvidaré que, siendo yo un rapacetu, estaba en Casa Víctor con algún familiar, que no recuerdo ahora, aunque podía ser mi padre, Sandoval, o mi tío Baltasar --quienes están ya donde quiera que sea que Víctorón se haya ido ahora--, que la sidrería era cita obligada en Xixón. Ví entrar a Víctor con unas botas de marinero, y un calderu de plástico del que salían la colas y cabezas de chopas y merluzas, tal que viniese de pescarlas el mismo y acabase de atracar el bote. Años más tarde, ya yo ejerciendo de periodista --creo que le hice a Vitorón no menos de ocho o diez entrevistas en la vida, amén de compartir con él y otros camaradas de Fomento muchas cenas y comidas--, me confesó que las botas y el calderu eran de 'atrezzo', que las tenía en una covacha a la entrada de la sidrería y las ponía cuando le traían el pedido del pescado para que la clientela se quedase con el mensaje de lo fresco. Víctor era un genio, desde luego. Aún me río cuando recuerdo cómo a una cliente especialmente repunante y poco entendida a su vez, que le soltó que la merluza no era fresca, le preguntó ¿usted comió alguna vez merluza congelada? "pues claro", dijo la infeliz. ¡Pues debe de tener usted una dentadura cojonuda para comer la merluza congelada!

En fin, Vitor, amigu. Disfruté mucho de tu persona, humor e intelecto. Si hubiese muchos asturianos como tú, sin falsía, sin hipocresía, trabajadores, amantes de su familia y de su tierra por encima de todo, mejor nos iría. Pero hay pocos. Y ahora, encima, te nos  vas. Eso sí, seguirás acompañándonos y te dejaremos un plato y un vasu en la mesa de la amistad como signo de recuerdo imperecedero.

A la familia de Víctor, de la que tan orgulloso se sentía --en una entrevista le pregunté si sus hijos lo seguirían en el negocio hostelero y me respondió: "no, home, no. Ellos son inteligentes..."--, a los camaradas de Fomento de la Cocina Asturiana y a tantos amigos comunes, un abrazo solidario en un día triste. A tí, hasta siempre.



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