Beatriz Díaz protagoniza un hito en 'La Zarzuela'

Beatriz Díaz protagoniza un hito en La Zarzuela

 

La soprano asturiana encabeza el elenco de «Clementina», que se representa por primera vez en el Teatro de la Zarzuela de Madrid.

 

Por Fermín de Pas.- El coliseo madrileño más comprometido con nuestro teatro lírico nacional, y que, por antonomasia, toma su nombre legendario de la bendita misión de subir a escena lo más singular, famoso y aplaudido del género, prepara el estreno de «Clementina» con los honores de un gran hito.

Y no es para menos. El 6 de mayo se representará por vez primera en el Teatro de la Zarzuela la única obra lírica que nos legó el compositor italiano Luigi Boccherini y a la que puso texto el dramaturgo madrileño Ramón de la Cruz.

Nuestra cantante Beatriz Díaz, que encarna el rol de Cristeta, entrará en la historia del templo zarzuelero codo a codo con  las sopranos Carmen Romeu (Doña Clementina) y Vanessa Goikoetxea (Doña Narcisa), la mezzosoprano Carol García (Doña Damiana), el tenor Juan Antonio Sanabria (Don Urbano) y el barítono Toni Marsol (Don Lázaro). El reparto se completa con los actores Xavier Capdet (Marqués de la Ballesta) y Manuel Galiana (Don Clemente). 

La batuta musical, con la Orquesta de la Comunidad de Madrid en el foso, está en manos del maestro italiano Andrea Marcon, verdadero especialista en partituras barrocas y neoclásicas, y la propuesta escenográfica lleva el sello incomparable del director catalán, aunque de cuna uruguaya, Mario Gas, quien es hijo, por cierto, de barítono.

 

UNA JOYA DIECIOCHESCA

 

No resulta fácil encontrar un músico tan original, tan fácil para la melodía y tan prolífico en obras de cámara como Boccherini, un compositor recordado principalmente por sus quintetos -más de cien-, cuartetos, tríos, sinfonías, sus logradísimos «Villancicos» o el «Stabat Mater», con un estilo que hace primar  la repetición de frases cortas, la simetría de la estructura rítmica y, sobre todo, el delicado detalle, con líneas finamente trazadas, exquisitamente elaboradas, con trinos, apoyaturas y demás filigranas musicales.

Su única aportación al campo teatral es precisamente «Clementina», mezcla de zarzuela y ópera bufa, escrita en un período de transición de lo cortesano a lo popular, llena de dinamismo y frescura, de refinamiento y delicadeza, de raigambre y costumbrismo, donde «hay partes de belcanto, aunque es justo reconocer el predominio melódico de la tradición musical española», en opinión de Marcon.

Tras aligerar el texto y «quitar la paja que ocultaba la bondad de la obra», según Gas, pero sin tocar ni un solo compás de la partitura, la  dramaturgia destaca por su vistosidad, sugestiva iluminación, elegantes figurines y exquisitas piezas de atrezo para configurar un montaje que entremezcla lo cómico y lo serio en un marco estético de creativa variedad, al que contribuye con su esmerado trabajo la acertada escenografía de Juan Sanz y Miguel Ángel Coso, siempre fiel al período dieciochesco en el que tiene lugar la trama.

 

COMEDIA DE ENREDOS AMOROSOS

 

La acción discurre en Madrid, en una sala de tertulia y labor en la casa de Don Clemente, en el último tercio del siglo XVIII.

Clementina y su hermana menor, Narcisa, hijas del viudo Don Clemente, viven bajo la tutela de su aya, Doña Damiana, y atendidas por la criada Cristeta, enamoradiza y deslenguada.

Clementina -sumisa y dulce- y Narcisa -vivaracha y revoltosa- reciben lecciones de música de Don Lázaro durante sus ratos de ocio. Clementina ama en secreto a Don Urbano, caballero portugués de paso por la Corte, que también se siente atraído por ella. El Marqués de la Ballesta, amigo de Don Clemente, visita su casa solicitando que le entregue a una de sus hijas en matrimonio, pero éste se niega alegando que Narcisa es muy joven y Clementina pretende ingresar en un convento.

Una carta deslizada en una partitura cambiará la suerte de los protagonistas y el rumbo de sus aspiraciones amorosas. Pero a la luz de los acontecimientos que se irán sucediendo, todos hallarán consuelo y compartirán un final feliz.

 

COMPOSICIÓN Y ESTRENO

 

En palabras del musicólogo Miguel Ángel Marín -a quien se debe la edición crítica de la versión que acoge el Teatro de la Zarzuela, realizada a partir de los dos manuscritos originales que se encontraban en Madrid y Berlín- «Clementina fue compuesta en 1786, y seguramente finalizada durante el otoño, a partir de un libreto de Ramón de la Cruz. Tanto la música como los versos fueron un encargo de la condesa-duquesa de Benavente, María Faustina Téllez Girón y Pérez de Guzmán (1724-1797), viuda del XI conde de Benavente, Francisco Alonso Pimentel y Borja».

Según diversas fuentes, habría sido estrenada por familiares y amigos de Faustina Téllez en su salón del Palacio de la Puerta de la Vega el día de Nochebuena de 1786, en el marco de una celebración privada y probablemente dirigida musicalmente por el propio Boccherini, no siendo representada para el público hasta el 5 de enero de 1799 en el madrileño Teatro de los Caños del Peral.

Para el lector que guste de la curiosidad, reproducimos literalmente lo que dice el autor de la comedia en el tomo 5 del volumen «Teatro, o colección de los sainetes y demás obras dramáticas, de Ramón de la Cruz y Cano», del año 1788.

«La Clementina que ofrece el autor al público, sólo se representó a fines del año de 1786 en el coliseo de la Excelentísima Señora Condesa Duquesa viuda de Benavente, de cuya orden la escribió en el corto término de un mes. Sin embargo, de esta precisión, y la de sujetarse al número de personas que le señaló S. E. entre su familia, y sus talentos y genios diversos, se propuso el lucimiento de todos, y alentó su idea a una pieza original en la fábula, en el orden, y en el enlace de las escenas patéticas con las festivas; sin faltar a las más rigurosas leyes del arte. La acción se reduce a descubrir el origen verdadero de Clementina (cuando más procuraban ocultarlo los dos únicos sujetos que lo sabían) por un accidente inesperado del auditorio. El tiempo se puede calcular en 9 horas, que es mucho menos que el período de sol, aunque se considere como quieren los más rigurosos preceptistas. El lugar es fijo. La escena nunca queda desamparada. Los actores salen y entran con causa conocida, y se sabe lo que hacen cuando faltan de ella: y el entreacto que proporciona el medio del drama, parece oportunamente destinado a la hora de comer. La magnificencia de dicha señora Excelentísima en sus funciones, y la numerosa concurrencia a ellas de todos los cuerpos más ilustres, más elevados y más instruidos nacionales y extranjeros que adornan la Corte, son bien notorias: y no lo son menos los votos generales que a su favor tuvo la Clementina entre tantas personas de excepción. No puede negar su autor cuánto le han lisonjeado estos aplausos respectivos, y distintos de los que con más justicia mereció la música del señor maestro Boccherini; pero no serán sus satisfacciones completas hasta ver el dictamen imparcial del público: a quien protesta que agradecerá todas las advertencias o seria crítica, que sobre los defectos de esta pieza se hagan por cualquier sujeto que haya acreditado su inteligencia en la poesía dramática y sea capaz de manejar la pluma censoria con discreción, prudencia, desinterés y urbanidad».

 

UN ITALIANO EN MADRID

 

Luigi Boccherini nació en Lucca, Italia, el 19 de febrero de 1743, en el seno de una familia dotada para el arte y, muy especialmente, para la música. Debutó a los trece años de edad tocando el violonchelo, instrumento del que llegó a ser un auténtico virtuoso, en el teatro de su ciudad natal y en 1757 se trasladó a Roma, donde estudiaría durante varios meses con Giovanni Battista Costanzi, maestro de capilla en San Pedro, y donde conoció a  Giovanni Pierluigi da Palestrina y  Gregorio Allegri.

Vivió primero en Viena, después en Milán, ciudad en la que se dice que formó parte del primer cuarteto de cuerdas de la historia que dio recitales en público, junto a los violinistas Filippo Manfredi y Pietro Nardini  y al viola Giuseppe Cambini, yendo a parar más tarde a París.

Llegó a Aranjuez en 1768 y en 1770 fue contratado por el infante Luis Antonio de Borbón, primero como violonchelista de su orquesta privada y luego como autor camerístico.

En 1777 se establece en Arenas de San Pedro (Ávila) y sigue al servicio del infante -quien llegaría a ser cardenal arzobispo de Toledo y, más adelante, arzobispo de Sevilla-, hijo de Felipe V y hermano de Carlos III, durante cuyo reinado se estrenó en 1786 «Clementina» (conocida también en su tiempo como «La Clementina), atendiendo a una solicitud de María Faustina Téllez Girón, como ya quedó dicho.

Fallecida ésta y tras un breve período de actividad musical a expensas de su hija María Josefa Pimentel, heredera del título de duquesa de Osuna y condesa de Benavente, fue nombrado compositor de cámara del príncipe de Prusia, quien acabó siendo coronado rey como Federico Guillermo II.

Ya en 1785, muerta su primera esposa -la soprano romana Clementina Pelliccia con la que tuvo siete hijos- y muerto el infante Luis de Borbón, Boccherini se había instalado definitivamente en Madrid.

Tras cerca de cuarenta años en tierras hispanas, adonde alumbró la mayor parte de su producción musical, de componer para Lucien Bonaparte, embajador de Francia en España desde 1800, y de sufrir la defunción de su segunda esposa María del Pilar Joaquina Porreti, Boccherini murió de tuberculosis el 28 de mayo de 1805 en su casa del barrio de Lavapiés.

Fue enterrado en la iglesia madrileña de San Justo y Pastor hasta que, en 1927, sus restos fueron finalmente trasladados a Lucca por expreso deseo de Benito Mussolini.

Su imponente legado arroja un catálogo de más de 500 obras.

Dejar un comentario

captcha