Beatriz Díaz, una asturiana de postín en La bohème

Beatriz Díaz, una asturiana de postín en La bohème

 

La soprano cantará el rol de Musetta, que tanto inquietó a Puccini en vísperas del estreno, junto a un reparto repleto de primeras figuras en la «Ópera» de Las Palmas.

 

Redacción.-Por extraño que pueda parecer, uno de los mayores problemas que hubo de afrontar Giacomo Puccini para estrenar «La bohème» fue dar con la cantante que habría de encarnar a Musetta. La dificultad de hallar en una misma soprano dotes bastantes para el canto y la escena hizo clamar al autor: «¡Oh, Musetta, ¿dove sei?». La anécdota del quebradero de cabeza para encontrar una cantatriz con suficiente empaque la recoge Antonio Fernández-Cid, recordado crítico musical y conferenciante, en un libro impagable sobre el compositor italiano.

Valga como curiosidad asimismo, por el vínculo geográfico con Beatriz Díaz, aquel curioso relato de «Bercelius» en el diario La Voz de Asturias motivado por la representación de «La bohème» en la primera Temporada de Ópera de Oviedo, que arrancó en 1948, dentro ya del segundo ciclo continuo de funciones, y ha sabido mantenerse en pie hasta nuestros días. «Esta crónica debería titularse Victoria de los Ángeles. Entonces yo le pondría de subtítulo, con minúscula, “victoria de los ángeles”» escribe el comentarista, en alusión al destacado papel de la soprano barcelonesa como Mimì, Mario del Mónaco como Rodolfo, Lolita Torrentó como Musetta y Luigi Borgonovo como Marcello. La singularidad del enunciado pervive aún en el cronista, como bien apunta Luis Arrones en su Historia de la Ópera ovetense pues «en ‘Bercelius’ había nacido ya el famoso poeta Ángel González». ¿Hay quién dé más? Seguro que sí.

La réplica calurosa y la noticia de otro esperado gran éxito –estamos convencidos de ello– vendrá a darla 65 años después en las páginas de La Provincia otro asturiano de referencia, el crítico y ensayista musical de esclarecedora pluma y certero criterio, Guillermo García-Alcalde. A su magisterio, por tanto, acudiremos. Porque ya todo está preparado para el estreno de la nueva producción de Amigos Canarios de la Ópera (ACO), el 19 de junio, en el Teatro Pérez Galdós de la capital insular.

 

CARTEL DE CAMPANILLAS

 

Junto a la soprano Beatriz Díaz, «que desató una tormenta de bravos» por su desempeño en la «Carmen» grancanaria del pasado año y sobrepasa con holgura los requisitos que hubieran sosegado el temple del exigente Puccini, encabezan la representación tres voces italianas de indiscutible relevancia: Fiorenza Cedolins (Mimì), soprano de aquilatado renombre en la élite de la lírica mundial; Massimiliano Pisapia (Rodolfo), un tenor regio, auténtico especialista en esta obra; y Giorgio Caoduro (Marcello), gran barítono lírico de generosos medios y amplios registros. Completan la nómina de cantantes, el también italiano Simone del Savio (Schaunard), el madrileño de «cuna paulista» Felipe Bou (Colline), el tinerfeño Jeroboám Tejera (Benoîy y Alcindoro) y el grancanario Rubén Pérez (Parpignol). Sobre el papel, un reparto más que prometedor.

«Musetta es un personaje que me ha abierto las puertas de grandes teatros», confiesa Beatriz Díaz, quien muestra predilección por esta obra que ya ha interpretado con sobresaliente lucimiento en el «Carlo Felice» de Génova, «La Fenice» de Venecia y el «Maestranza» de Sevilla. La cantante, que protagonizará en Oviedo los «Carmina Burana» de Carl Orff y debutará próximamente en Japón, retorna a Puccini y a «La bohème» que son «los dos grandes amores de mi carrera artística» y al calor del público de Las Palmas «muy entendido, muy amable y muy agradecido», tras su reciente triunfo en el Teatro de La Zarzuela de Madrid.

 

REGRESO AL ALMA DE LA OBRA

 

«Esta música es conmovedora y penetra en el corazón. Puccini es un Alfredo de Musset que escribe notas», señaló un día con rotundidad Oscar Wilde. Y el intento deliberado de reflejar la esencia del libreto y de la música del compositor es el objetivo del director musical Stefano Ranzani, que llevará a la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria y al coro de la «Ópera de Las Palmas» hacia los meollos de la partitura. Tal es la virtud que admiramos en el genio de Lucca: su condición poética, de artista exquisito capaz de emocionarnos y de trasportarnos a su propio mundo de sensibilidades. Él es cantor de la vida y los sentimientos, su credo verista no impide un afán de espiritualidad; lo real se tamiza con brillantez en los matices y los detalles. El pentagrama respira un profundo sentido vital que domina toda la composición. Por encima del drama latente, se alza una conciencia alegre que ha de surgir de la posibilidad de escribir aquello que gusta y de saberse en camino de la meta estética propuesta.

Para el maestro milanés Ranzani, que dirigirá este título en el «Metropolitan» de Nueva York la próxima temporada, la vigencia de la obra y de la ópera como arte en general, «es apreciable no sólo en la música, sino también en su trama, que narra las peripecias de varios chicos que comparten piso tratando de convertirse en artistas o intelectuales mientras pasan estrecheces a la vez que tratan de divertirse. Es una historia de verdad, vivida por muchos jóvenes de hoy en día». Nada más cierto.

 

AMBIENTADA EN EL PARÍS DE LOS AÑOS 60

 

La producción de la ACO, que clausura la temporada operística «Alfredo Kraus 2013», tiene en Mario Pontiggia, director artístico y escenográfico, un valor seguro que sigue cotizando al alza. Fiel a su acertado estilo de «anteponer la calidad artística al montaje escénico», que ya sentenció en Abc tiempo atrás, encuadrará el entramado dramatúrgico en el París de la década de los sesenta con proyecciones dinámicas, cuidada iluminación y decorados tan sobrios como los bolsillos de los protagonistas del melodrama, pero con tanta dignidad como ellos, y en todo caso con un atractivo colorista más que suficiente. En suma, «un ambiente juvenil totalmente despreocupado, en el sentido de que estos bohemios aspiran a la libertad, al deseo de soñar, de amar», puntualiza Pontiggia, tal como los concibiera el compositor para su estreno absoluto en Turín el día 1º de febrero de 1896.

 

¿SIEMPRE VIEJA?, SIEMPRE JOVEN

 

Cuando, en la medianoche del 15 de diciembre de 1895, puso Giacomo Puccini la palabra «Fin» sobre la partitura de «La bohème», el paisaje vastísimo de la lírica universal recibió una de las aportaciones más trascendentes y logradas. «La bohème» –remacha Fernández-Cid– no es la mejor ópera pucciniana, tan sólo: es una de las más perfectas que se hayan escrito en todos los tiempos. Inspirada en la novela «Escenas de la vida bohemia», que Henri Murger estrenó en el Théâtre des Variétés de París en 1849, y a pesar del éxito tan grande como inesperado que ya entonces cosechó, la obra no habría gozado de un futuro imperecedero de no haberse convertido en el libreto que un día vino a glorificar el talento de Puccini.

 

Y si el escritor romántico francés trazó sus escenas tomando como base situaciones, ambientes y personas de carne y hueso –Rodolfo era redactor jefe de L'Echarpe d'Iris y Le Castor; Mimì, el reflejo de su propia amante, bella, frágil y dulce, de nombre Maríe Virginie Vimal, y de otras bien conocidas por el autor: Lucille, Juliete, Angéle; Musetta, la querida de un amigo del autor, el novelista Champfleury, llamada en realidad Marie Roux; y Marcello sería un calco del propio Champfleury y de los pintores, Lazar y Tabar, en palabras del musicólogo Mosco Carner–, el libreto de Giacosa y de Illica elimina las referencias directas y se concentra en la naturaleza emotiva de la historia con voluntad de glosar la universalidad de los personajes. Así, encontramos el aliento lírico en Rodolfo; la simplicidad tierna en Mimì; la insinuación picante y la bondad innata de fondo en Musetta; la jovial y espontánea nobleza, junto a la contagiosa simpatía en Marcello; y un general espíritu humanísimo de afectos, ayudas y compresiones en todos los demás.

 

La estructura entre el primer y el cuarto acto es paralela. Se entra en ellos por escenas accesorias. De creación de atmósfera en el primero, que desemboca en el crucial encuentro entre el poeta y la modistilla; de comicidad en la acción del cuarto, que contrasta con la muerte de la protagonista. Contraste, igualmente, en los actos centrales. Animación, bullicio y clima popular en el café Momus de la segunda jornada; poesía a raudales, que arranca del indeciso amanecer en la Barrière d'Enfer, en la tercera, acaso la más espigada y esbelta de todas.

«La povera, vecchia Bohème…», que pronunció Puccini pocos días antes de morir, rejuvenece en Las Palmas con el cartel de «no hay billetes en taquilla» y rodeada de una enorme expectación. No es para menos.

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