Por Ángel Martínez González-Tablas*/Econonuestra.-Hay personas que no deberían morir. Hay personas que no mueren. Hay personas que no nos podemos permitir que mueran. Jose Luis Sampedro es una de ellas.
Hace poco más de dos años tuvimos ocasión de departir a solas durante toda una mañana inolvidable en los cursos de verano de la Complutense en El Escorial. Hablamos de la irracionalidad del sistema, de la crisis, de la situación de los estudios universitarios de Economía, de su nunca anteriormente manifestada tristeza por el abandono del término Estructura en los estudios de Economía, para buscar refugio en una aséptica e indiferenciada Economía Aplicada, algo que leía como un signo obscuro en tiempos obscuros ¡De tantas cosas en una mañana tan limpia!
No quiero detenerme en anécdotas distintas de las que acabo de exponer, porque tuvo muchos amigos que pueden contarlas con mayor fundamento y legitimidad, ni tampoco analizar la trayectoria de un economista que fue profundamente heterodoxo sin buscarlo y de cuyo último libro Economía humanista tuve ocasión de escribir en una recensión para la Revista de Economía Crítica que materiales escritos hace treinta o cuarenta años conservan una frescura y un actualidad sorprendentes, como cuando refiriéndose al saber convencional en Economía hablaba de “admirable talento inútil con que estudia las hojas quien es ciego para el bosque”.
Paradójicamente, para quienes han seguido su trayectoria, en una ocasión reciente me decía con franqueza y fina ironía que él no era ya de este tiempo, que por tantas razones le resultaba ajeno, que el suyo fue otro, sin que mi intento de argumentación contraria consiguiera que su movimiento de cabeza dejara de mostrar que no conseguía convencerlo, mientras su cálida sonrisa amparaba mi esfuerzo inútil.
Aún así, quisiera hablar de la persona y su tiempo, de lo que percibo como su legado. Trabajó una parte de su vida profesional en un entorno bancario, el Servicio de estudios del Banco Exterior de España, en el que el contacto con la estructura del poder, con la lógica del sistema, con los directivos que, en pleno franquismo, lo eran porque formaban parte del mismo le tuvo que resultar inevitable. Mirado desde la pureza absoluta de una perfecta campana de cristal, podría afirmarse con desconfianza que transitó por caminos de arrieros y de barro, pero su reflexión y su discurso nunca dejaron de estar orientados, en contra de la tendencia dominante, por el hambre y no por la riqueza, por los seres humanos y no por los consumidores, sin que tampoco esos vínculos le impidieran, llegado el momento, emprender ligero de equipaje una andadura creativa y libre, lo cual nos enseña que el espejismo de las manos sucias se desvela por la práctica y no por la apariencia.
Nunca tuvo rubor en afirmar que el emperador está desnudo, que el sistema está podrido, que en contra de la pléyade de voces que proclaman que sólo pueden construirse discursos serios aceptando la crudeza de la realidad y trabajando a su servicio, vivimos tiempos que demandan negación y resistencia, a través de las que los desposeídos acumulen fuerzas y aprendan a andar la senda del pragmatismo utópico, en la que, a la postre, lo necesario siempre es posible.
¿Cómo pudo conservarse joven mientras la biología seguía su curso y envejecía hasta llegar a ser un venerable y vacilante anciano? Yo creo que porque no aceptó que la ruta de la sensatez conduce inexorablemente de las veleidades revolucionarias de juventud al prudente conservadurismo de la madurez. Siempre mantuvo las ventanas abiertas y el rumbo serenamente firme, orientado por convicciones que pueden expresarse con facilidad, pero que son difíciles de vivir de forma consecuente. Siempre consideró que el planeta tierra, la naturaleza, es para los seres humanos útero y placenta que nos protege y nos da la vida, que nos permite desarrollar nuestra condición de seres vivos, junto a otros con los que compartimos el hábitat que nos hace posibles. Tampoco dudó nunca de que somos las personas y no las cosas lo que realmente importa, es la salud, la alimentación, la educación, el afán de superación, la libertad, la calidad de vida en suma. En su pensamiento, no hay individualidad inteligible si se ve amputada de su dimensión social, somos seres sociales, no somos comprensibles sin las personas que nos precedieron, sin las que nos rodean y con las que compartimos condición y vida, más cooperando que compitiendo, de modo que la solidaridad no es tanto una actitud virtuosa como un comportamiento necesario para la supervivencia de la especie y para la afirmación de su dignidad.
Jose Luis, no volveremos a acompañar tus pasos ni a escuchar tu voz, ni a disfrutar de tu humor, ni a sentir el brillo ilusionado de tu mirada, velada por los años, pero no abandonaremos el sendero y mientras lo hagamos caminarás silencioso a nuestro lado.
* ex-catedrático de economía internacional y desarrollo en la universidad Complutense de Madrid, presidente de la fundación FUHEM.