Sobre indios y jefes

El incremento de la estructura organizativa de la Administración del Principado de Asturias ha generado una polémica entre los sindicatos de la función pública y el Gobierno que, por momentos, ha adquirido tintes divertidos. Los funcionarios han pasado a ser los indios y los altos cargos, los jefes.

Es indudable que ha habido un notable incremento del organigrama que supone un coste de un millón más de euros al año.

Para el Gobierno, esta ampliación no es un gasto, sino una inversión.

Bueno, el lenguaje político lo puede casi todo. Ya lo dijo en el siglo XVIII De Lolme referido al Parlamento inglés: «… menos convertir a un hombre en mujer». Seguramente no se imaginaba que podía llegar a ser Primer Ministro un sujeto con aspecto de tabernero y rudas maneras de entender la democracia.

En fin, nadie le va a negar al Presidente del Principado la capacidad de diseñar estructuras orgánicas de la forma que considere más operativa para ejercer la función de gobernar, ni tampoco su coste económico, eso sí, considerándolo como gasto y no como inversión, a no ser que sus altos cargos –siendo fieles al lenguaje utilizado por los sindicatos– emulen a Nube Roja, Cochise, Caballo Loco, Gerónimo o Toro Sentado –por citar a algunos de los más famosos jefes indios– y conduzcan al pueblo asturiano a ganar las batallas contra la despoblación, el paro, las listas de espera...

Un grupo de funcionarios procedentes de la Diputación Provincial de Asturias, a los que se sumó una funcionaria del Parlamento, nos propusimos la ardua pero pedagógica tarea de escribir un libro sobre la historia de la Administración del Principado de Asturias. Me cabe el honor de ser coordinador y, aunque por razones profesionales me he visto obligado a posponer los trabajos, ello no es óbice para adelantar algunas conclusiones sobre aspectos organizativos que ya habíamos abordado.

Así, en la estructura funcional de la Diputación no había altos cargos, por cuanto ni el Secretario, ni el Interventor, ni el Depositario tenían tal consideración. Ello no fue impedimento para que el nivel de eficacia y eficiencia fueran óptimos. Ni un solo caso de corrupción.

Parecida estructura se mantuvo en los albores de la comunidad autónoma: secretarios técnicos, jefes de servicio, de sección y de negociado conformaban el esquema organizativo.

Esta austeridad tampoco fue obstáculo para que el funcionamiento fuera ejemplar. Ni un solo caso de corrupción.

No exagero si digo que la decadencia comienza con la irrupción de los altos cargos y con la generalización del personal eventual.

Pero ya sabemos: la política genera deudas de gratitud y eso se soluciona con nombramientos a cargo del presupuesto público.

No seré yo quien cuestione ese modo de actuar. Lo hacen todos los partidos y por eso suelo decir que son la mayor empresa familiar del país.

Pero el crecimiento de los organigramas no debe medirse en términos económicos. Sería un modo demasiado simple de enfocar el tema. Los cambios en la estructura organizativa, cuando son importantes, como es el caso, generan un efecto que no se ve pero se nota.

En una Administración que arrastra una maldición casi bíblica sobre las relaciones de puestos de trabajo y los procedimientos para su provisión, un cambio de estructuras orgánicas supone una convulsión del sistema e incide directísimamente sobre el estado anímico del funcionariado, que ve cómo sistemáticamente sus expectativas de consolidar su puesto se ven truncadas, máxime teniendo en cuenta que el Gobierno saliente había convocado los procedimientos de provisión de puestos de trabajo que ahora se ven abocados al fracaso.

Ese es el coste. Se pagará en eficacia y eficiencia, y lo sufrirá el ciudadano.

La mente es como un paracaídas: solo funciona si se abre.    



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