Dictadores y déspotas

Nota: Estas letras están escritas pensando en Venezuela, esa tierra para querer  que los asturianos de la emigración tanto nos acordamos de ella. 

 

En todas las épocas, en el mismo instante en que un prójimo, creyéndose poseedor de la verdad y predestinado al poder, tomó para sí el atributo de disponer de la voluntad de sus congéneres, existe la censura de las palabras, el oprobio y el control de las ideas.

Nada nuevo sobre estas capas de cebolla que son los ciclos políticos humanos. Menos son los instantes en que la libertad germinó en la conciencia de los pueblos, que la vasta penumbra del oscurantismo y la esclavitud hincada con sus garras alevosas sobre ellos. El tema no es nuevo ni lo será nunca, al ser los derechos inherentes a la existencia una asignatura pendiente, y mientras haya dos individuos sobre la faz de la tierra, uno será en el sentido literal libre, y el otro sumiso a la voluntad soliviantada de aquél.

No enfrentamos cierta concepción filosófica ni una verdad en sí misma, aún a sabiendas de que el hombre es libre por ser inexcusablemente hombre. Meditaba estas abreviaturas al socaire de mis amplios vacíos filosóficos, leyendo un libro cuyo intento es presentar al opresor Hitler sin máscara, en medio de ese albor sangrante de su régimen que aún hoy miles de personas recuerdan con horror al haberlo padecido en forma aterradora.

Olvidar no hace libre a nadie, sino más esclavo. El perdón ya es otra cosa, al ser esa tarea el único oficio de Dios.

La primera acción del Führer, la primogenitura de su alevosa dictadura, fue el control sistemático de los medios de comunicación y por ende de las ideas no cuadradas en su nacionalsocialismo, al creer fanáticamente que solamente él tenía la capacidad de hacer ver a un pueblo la trascendencia de su misión histórica. Los medios, decía, mienten, tergiversan e imprimen falsedades sufragadas por la burguesía liberal.

Esa es la alevosa razón de que la televisión, radio y prensa en manos del dictador de turno, se vuelvan infames, mezquinos, al ser  su única misión es elevar en el oratorio del Caudillo el incienso de la sumisión más yerta.

Si deseamos avistar tan asombrosa transformación, no se debe ir lejos: es suficiente percibir la apesadumbra realidad de Venezuela.  



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