Un kamikace

Puede sonar a hipérbole, sin duda, pero no lo es. A poco que reflexionemos sobre el término “kamikaze”, coincidiremos en que es el más apropiado para definir a Pedro Sánchez en su actual responsabilidad como Presidente del Gobierno. Con este término se designaba a los pilotos nipones que durante la Segunda Guerra Mundial estrellaban sus aviones cargados de explosivos contra objetivos enemigos. Hoy se utiliza para referirse a aquella persona que realiza una actividad temeraria que puede implicar su propia muerte. Y este es Pedro Sánchez. Es empíricamente imposible que se pueda mantener volando indefinidamente o, al menos, hasta que convoque elecciones. Necesariamente tendrá que elegir el enemigo contra el que estrellar su avión, y son muchos los objetivos. Cualquiera que sea su elección, acabará muerto, políticamente hablando. Si decide estrellarlo contra los separatistas catalanes, cavará su tumba parlamentaria. De ello se encargarán los mismos que apoyaron la moción de censura que lo encumbró al poder. Si les baila el agua a los nacionalistas, se estrellará contra los ciudadanos, y ello significará el final del partido. Sánchez debe cargar con una pesada mochila repleta de pólvora inflamable que, por tanto, ha de ser manejada con fina prudencia. Son las servidumbres de una victoria conseguida con malas compañias. Por cierto, en los últimos catorce años, en las dos ocasiones en las que el PSOE alcanzó el poder, siempre mediaron circunstancias, llamemoslas extravagantes: el 11M en el caso de Zapatero, y una moción de censura en la que el candidato ni siquiera era Diputado, en el caso de Sánchez. En la primera ocasión decidió la democracia directa; en la segunda, la democracia representativa.  Esta última reclama a voces elecciones, porque, si bien el sistema fue legal y legítimo, éticamente es precisa la convalidación electoral. Con independencia de lo anterior, Sánchez tiene mucho mérito. Es el ejemplo paradigmático de la perseverancia, de la confianza y de la fe ciega en uno mismo. Superó todos los obstáculos y consiguió el máximo objetivo de un político, ser Presidente de su propio país. Con ello, junto a los honores implícitos, se asegura un modus vivendi nada desdeñable, ser miembro nato del Consejo de Estado, con sueldo vitalicio de noventa mil euros anuales canonjía instaurada por Zapatero pro domo, que, de haberse producido en el ámbito privado, seguramente hubierta tenido connotaciones delictivas por administración desleal, tráfico de influencias o prevaricación. Pero la ley lo puede todo. Los ministros elegidos emanan buenas sensaciones, aunque hacer recaer los nombramientos en miembros del poder judicial contamina la política y la propia justicia y rinde tributo a las puertas giratorias. Pero, seamos justos, son gente nueva y prometedora. Esperemos que Sánchez haya adquirido la madurez necesaria para abandonar aquellas insensateces de “España es una nación de naciones y Cataluña es una nación” y se dedique a defender la Constitución y a sentar las bases de una regeneración democrática seria y profunda que erradique la corrupción y sirva para recuperar la credibilidad del sistema político. No le resultará difícil si se emplea a fondo. El PP sigue encriptado en su fariseísmo más radical, encubriendo la realidad y echando paletadas de barro a la fosa que él mismo ha cavado. Decía Lord Byron que todos debíamos emborracharnos: de naturaleza, de placer, de arte,…Rajoy prefirió hacerlo con dos botellas de whisky y poner fin a su carrera del modo más penoso posible. Debió dimitir como último servicio a España. La historia le responsabilizará de cuanto pueda acontecer. ¿Quién será su sucesor? Ninguno de los que se postulan implica renovación, todos tienen historia, y la historia en el PP es demoledora. Pero reincidirán en el error porque su necedad es una amalgama de ignorancia, presunción e irresponsabilidad. .                 



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