Regresando a las estrellas

 

Hay una  frase de Gustave Flaubert que siempre nos ha sugestionado y a la cual se aferró Marguerite Yourcenar  para trazar las memorias recreadas del emperador español Publio Elio Adriano:

“Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un tiempo único, desde Cicerón a Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre”.

 Uno, peregrino sin alforjas -  guardando la sofocada distancia -,    igual que la autora de “Opus Nigrum”, camino al lado del médico y alquimista Zenón en el linde de la Edad Media y el Renacimiento, entre las callecitas de la ciudad de Brujas,  escarbando en ellas el sentido de la   vida, aún sabiendo con certeza que el  único  destino se halla ineludiblemente en la barcaza de Caronte navegando entre sombras al encuentro del país de Hades del  que jamás hay regreso.

 No habrá nunca con seguridad ese retorno sobre el río Aqueronte  y,  no obstante,  el promontorio de la existencia se está alargando cada vez más, y es que la mayoría de   los seres humanos llegarán a finales de la presente  centuria a cruzar el listón de los 100 años  de vida, aún sabiendo que en medio se halla nuestro reloj biológico.

Todos los esfuerzos del ser humano se concentran en llegar a conocerse a sí mismo y escarbar en el dilema que explique de donde venimos y hacia que final vamos.  En medio están los anhelos, las angustias, cada esperanza en el cotidiano arrecife de nuestro ser.

 En alguna parte está grabado, operablemente en nuestras células, que el hombre no es mortal. Aún así, la ciencia actual sabe que uno no  se muere por haber nacido, ni de haber vivido, ni de vejez... se  fallece de “algo”, y a cuenta de ello la pregunta a partir de los albores de la vida, y sobre todo en el presente  siglo XXI: ¿Cuál es la causa?

 En ese reducto se encierra el dilema. El sueño humano es existir eternamente, y esa es la causa de que el embeleso por la muerte no sea otra misión  que ayudar a prolongar la existencia más allá del espacio / tiempo sobre los organismos multicelulares.

Las religiones ayudan, del mismo modo la filosofía. “Porque curiosamente – dice el tratado “La muerte: realidad y misterio” – la cuestión sobre qué es la muerte, por qué existe y cuál es su sentido, está siempre ligada a la pregunta sobre el porqué de la vida del ser humano y su significado.”

Platón aseveraba que  la verdadera existencia es el espíritu indestructible, que, sin embargo, está encadenado a la materia. “Materia y espíritu son los componentes del hombre”. Basados en tan principio con la muerte no se dilapida nada, al contrario, se recupera una entelequia libre de la pesada contaminación del cuerpo, espacio y tiempo.

 Hermoso sin duda ese concepto,  y aún así  la mayoría seguimos reflexionando que  la Parca no es más que un accidente de la Biología y la misma se puede retardar inmensamente. Sólo  es necesario conocer cada pieza mecánica del cuerpo y eso ya se  sabe de forma  completa. Después, como cualquier motor, se  podrá reparar, cambiarle piezas, frisarlo, lubricarlo y... ponerlo nuevamente en marcha.

 Ya es manipulado a la perfección el código  del genoma humano. Los científicos han  realizado hace tiempo  la estructura  hereditaria completa de una persona: tienen  sobre la mesa cada una de las piezas. Montar ese puzzle, colocarlo en el orden correcto para reconstruir el código  es lo que llamaríamos, y así se hace, conocernos bien a nosotros mismos.  

 En los laboratorios del planeta el ADN de nuestro cuerpo  ya es un abecedario superado con creces, tanto que  a medio plazo, al decir de unos científicos   del London Business School, los doctores Lynda Gratton y Andrew Scott, en un libro reciente titulado “La vida de 100 años. Vivir y trabajar en la era de la longevidad”,  las personas trabajarán hasta los 80 años y seremos jóvenes más tiempo.

Hoy ya sabemos bien por qué envejecemos y  eso está ayudando  con nuevos medicamentos  para frenar el deterioro de los cuerpos. No hay ninguna duda: podremos existir sobre la tierra  - si dejamos a un lado las ojivas nucleares - mucho más tiempo, y sin duda se llegue a  moderar el mito de Adán y Eva,  al no existir  como un anatema el “Árbol del Bien y el Mal” que les acarreó la muerte a ellos y a todos sus  descendientes en edades muy tempranas.

 Al día de hoy se afirma la supervivencia y sobre ella se nos dicen: “Si usted tiene ahora 20 años, posee un 50 por ciento de opciones de vivir más de 100, y al menos la mitad de los ciudadanos que hoy tienen 40 llegará a los 95”

No estoy en esa lista y  confieso con franqueza  que no lo lamento. He amado y me han querido. Conocí a seres extraordinarios, realicé plenamente mi profesión de periodista. Escribí libros y aún tengo transitando por los labrantíos en flor  del espíritu a la inolvidable Patricia de mis epístolas.  He cumplido la mayoría de mis anhelos y cada día me llama más el brillo luminoso de las estrellas.



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