Ay, amor

 Esta semana de febrero,  con san Valentín incluido y toda la encajonada publicidad,  los enamorados se anegan de suspiros, palabras encendidas y suaves quejidos.

Al  escribidor le es fácil escribir de ese arrebato. Sabemos  a recuento de viejas usanzas que esa apasionamiento no decrece; a lo más, llega a arrinconarse un tiempo en las comisuras de anhelos y espera allí, a modo de los segadores,  el tiempo de la sementera con la avidez de recoger el fruto anhelado.  

Un clérigo mundano, Lope de Vega y Carpio, escribió con ufano acento que la razón de todas las pasiones es el amor. De él nace la tristeza, el gozo, la alegría y la desesperación. ¡Cuánto sabía!  

Los diálogos de ese “miramelindo”,  decía Rafael Alberti, son cual alegría entre el fuego y el hielo, una irisación de luz penetrando por la ventana abierta del aliento  enternecido.

- Niña, ¿a quién buscas tan de mañana?

- Al amor.

- ¿Se habrá perdido?

- No, se lo llevó el viento, pero madre dice que siempre regresa.  

Y es cierto. Ese apego retorna maltrecho, lastimado, con gran sed interior, y aún así vuelve, aunque lo haga acompañado de su perpetuo lazarillo: la efusión taladrada en cicatrices.

Al momento de reaparecer mejor esconderse en cualquier recodo del camino al no convenir olvidar que ese sentimiento es el más esforzado de todas las pasiones: ataca   al mismo tiempo las entrañas  y el espíritu.  

A tal causa, amar, ahora y siempre, es vivir por encima de las tumbas.

Cuando todo desaparezca en el espacio inmenso,  existirán pequeñísimas partículas recubiertas de la esencia primogénita con la que Dios hizo el mundo: motas de  amor.

Es creencia firme que  la esencia del amado y la amada  se unirán un día más allá de las constelaciones para seguir caminando sobre los senderos donde la eterna grandeza  se hace a cada instante bucólicas palabras y sémola.  A  lo lejos alguien canta:

“Tengo un  libro en donde escribo / cuando me olvido de ti. / Es un librito de pastas negras /  en donde aún nada escribí”.  

Lo ha dicho Jacinto Benavente: En toda esta arrebatadora locura del “yo, yo, yo” mundano,  solamente los enamorados saben decir tú. Pablo Neruda, en “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, expresó: “Es tan corto el amor,  y es tan largo el olvido”. 

En esa tornasolada  circunstancia, unos y otras, bebimos licores amargos.  

Nota: Le agradecemos a san Valentín que nos hubiera recordado el presente día. Ayudó a escribir  sin ahogos la columna de hoy.  



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