Del fútbol y la vida

El mero hecho de  existir es jugar con los matices de la realidad, al ser certero que la esencia del ser humano, desde su heroicidad hasta las eyecciones más íntimas y secretas, es la misma que ayudó a Milton a  escribir “El Paraíso Perdido” o  a Dante su “Divina comedia”,  un legado profundo en el cual se exhibe lo que en nosotros hay de paradisíaco.

  Fue el periodista gallego nacionalizado francés, Ignacio Ramonet, en un artículo titulado “El fútbol es la guerra”,  quien dijo lo siguiente: “En el transcurso de un partido lo que encarnan los jugadores son las virtudes de la nación - virilidad, lealtad, fidelidad, espíritu de sacrificio, sentido del deber, sentido del territorio, pertenencia a la comunidad -”

No tengo ninguna pasión hacia el fútbol, aunque tampoco lo ignoro. Estos días, en  que he  retornado a mi refugio casi permanente en la  ciudad de Rabat, compruebo que el balompié es el deporte más extendido en Marruecos. El país se halla dividido en dos amores insondables y, aún así, palpables: el Fútbol Club Barcelona y el Real Madrid. Cuando uno de esos dos equipos juega, el reino se paraliza. Los cafés, en la  mayoría de los cuales se saborea té verde, son un hervidero de ardor indescifrable que solamente se puede entender estando allí, frente al televisor.

  Quien en su juventud haya pateado una pelota de cuero o papel prensado, en campo de tierra, en la esquina de una calle, loma o arrabal, sabrá  con certeza que nuestras palabras  son ciertas.

El espectáculo sobre el campo de juego es un conjunto de cualidades, humanas y técnicas, que dará al esparcimiento la dimensión interior apasionada y apasionante de esa pelotera por conseguir la meta anhelada.

 Jorge Luis Borges - escribía en castellano pero pensaba en inglés - al fútbol  lo llamaba “football”, pues  creía expresar con esa palabra, si la decía arrancándola  de su propia raíz,  hasta el mismo movimiento del balón en el aire.

 Para el autor del relato “El hombre de la esquina rosada”, lo malo del deporte era la idea de que alguien gane y  alguien pierda y, sobre todo, ver ese hecho suscitando rivalidades.

 Al ciego visionario de las letras más sarcásticas y contradictorias jamás escritas, se le podía ver en su juventud acudiendo a ver los encuentros del Chacarita Juniors en aquel  Buenos Aires de arrabales, patios de vecindad, el truco, el tango unas veces valeroso y otras sentimental, con la parsimonia y la compostura de un lord, pero cuando llegaba el esférico a sus pies, escuchaba el griterío, la sangre se le subía a borbotones a  la cabeza y la pasión desatada cubría toda su piel de un nuevo ropaje. Y es que Borges jugó al fútbol de la misma forma que hacía  literatura: con el placer  o las emociones  nacidos en ciertos momentos de sublime monomanía.

 Nada extraño.  El deporte, y el fútbol especialmente, es una forma de vida   con cada uno de  los ingredientes que ella posee: coraje, valor, querencia, anhelos, esperanzas, miedos, esfuerzos inusitados y el amor total y pleno, sin renuncia, por un equipo.

 



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