Vivir en democracia

En las páginas  “La libertad, solo camino”, Alexis de Toqueville -  que tanto analizó los viento políticos en America Latina -  reafirmaba que la  democracia y el socialismo sólo poseen  algo en común: la igualdad, con una diferencia: la primera  busca la equivalencia en la libertad y el socialismo la quiere en la privación y en la servidumbre.

Toqueville  grabó un pensamiento  certero al que nos unimos: “Pienso que yo habría amado la libertad en todos los tiempos; pero me siento inclinado a adorarla en la época en que vivimos”.

 Y el temible Robespierre, al que tanto temía y a la vez adulaba  Fouché, exclamaba: “Huid de la antigua manía  de querer gobernar demasiado; dejad a los municipios el derecho de organizar sus propios asuntos, en una palabra, devolved a la libertad de los individuos todo lo que se les ha arrebatado ilegítimamente”.

Corría el final del siglo XIX,  faltando  algunos años para encontrarnos con las páginas de “Extraterritorial”,   a cuyo autor, George Steiner, uno lo recuerda entre las notas biográficas  escritas en el “New Yorker”, la revista que dirigía William Shawn, y en el discurso al recibir el “Premio Príncipe de Asturias” en Comunicaciones y Humanidades 2001.

Aquel tiempo brumoso trajo un embarazo moral, la expansión de la conciencia y la creación de nuevos  signos quejumbrosos.  No era nueva la  luz alargada sobre los muros, y con todo,  coexistía el respeto al ser humano y la certeza de ser portadores de valores  enraizados sobre la propia esperanza tan necesaria en cualquier época.

Años después,  llegaría la barbarie sobre  una cruz svástica  y el horror inundaría  el horizonte de millones de personas  hasta hacerles preguntar al cielo protector la causa desmesurada del tan agónico calvario.

El tiempo es cíclico  y regresa a las tierras de Venezuela, siendo  así que el “Simón Bolívar”  de Pablo Neruda retorna cada cien años,  y el “Bolívar” del dramaturgo  José Antonio Rial, tan inciso como el “Marat-Sade” de Peter Weiss arrancado del hospicio de de Charenton, pervive en una lúgubre cárcel y habla con pesadumbre al presente efímero del añorado libre albedrío del Caribe.

Con motivo de aquella lejana y asombrosa puesta en escena del argentino - hoy poco o nada recordado en Caracas -   Carlos Jiménez, y ante las tranqueras de un Ateneo de la ciudad cerrado a cal y canto cara a  la falta de autonomías plenas en el país, el ramalazo de Rial anunciando una época oscura  se volvió  profético.

El Libertador, levantado del olvido, su voz desolada remueve  ahora el letargo de una nación languidecida, reflejo de  un país entregado a la voluntad de una jefatura desmesurada, cicatera y oscurantista.

El autor canario  asentaba en labios del Padre de la Patria estas palabras:

“Hay que advertir a los desprevenidos de que la amenaza  del fascismo es permanente. Es cierto: no existen de momento lideres  carismáticos de estas hordas, pero en la conciencia de los que aspiran al  orden total, al orden sin críticas, ni protesta, ni desobediencia; al orden presidido por un jefe infalible  y más alto, en su jerarquía y autoridad que el juicio de los moralistas, está tomando cuerpo ese soñado caudillo o führer.”

En su fuero interno y antes de dejar su propia existencia, el profético autor percibía la sombra  de una revolución que de bolivariana poseía solamente una esperanza tiempo después cercenada.

Sobraría una nimiedad de conciencia sobre los sistemas del “orden-orden”, para saber que  todo tentáculo de poder individualista se sustenta sobre la inquisición del pensamiento, en el hampa de los delatores y en la vergüenza  de la sumisión hendida.

Los dispuestos a entregar la libertad política a cambio del “orden-orden”, no han reparado quizás en que  eso es un pacto con leviatán, y que, una vez  se convierta en amo el gran jefe, no habrá  respeto alguno  hacia los  mercaderes de la dignidad.  

Rial vuelve a ser conciso:

“Llegado el momento, él se tomará tu negocio, tu fábrica, tu casa, tu mujer, y formará a tus hijos en sus dogmas. Y si no le ofreces la conciencia o si guardas para ti un reducto  secreto de tu vida o de tu alma, te forzará este refugio, esta última celda de tu intimidad, con acusaciones de traidor, de relapso, con torturas, rendición  vigilada o con la muerte”.

Cada  venezolano de hoy debiera recordar: vivir en democracia   es hacerlo con riesgo a sabiendas de que se  trata de una forma de civilización que por su alta responsabilidad  exige, más que ninguna otra, pensamientos translúcidos, análisis íntegros, probidad y reflexiones morales. 

Añadamos a ello  la necesidad de un inmenso coraje.



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