El testigo Rajoy

No hay paciente capaz de sobrevivir a una secuencia continua y combinada de hemorragias internas y externas. De la misma manera, no hay institución, entidad o asociación que pueda salir airosa de permanentes pérdidas de credibilidad. Y eso es lo que le está ocurriendo al PP, sometido día sí, día también, a sistemáticos ataques judiciales y mediáticos fruto de la política del laissez faire, laissez passer, característica del melifluo Rajoy, incapaz de reaccionar contra los casos de corrupción con la rotundidad y energía que demanda la situación. Con más de ochocientos imputados, el PP necesita hacer una limpieza total y sin miramientos, empezando por el Congreso, continuando por el Senado y finalizando en las comunidades autónomas. Una hemorragia arterial, en la que la sangre está saliendo a borbotones, precisa cirugía radical y urgente. Ni siquiera debe quedar al margen Esperanza Aguirre, porque si desconocía lo que ocurría en su entorno, es una inútil y si lo conocía, una encubridora.

En los albores de la democracia, la clase política estaba integrada por profesionales ya consolidados que buscaban en la cosa pública alimentar su vanitas vanitatis: nada reprobable, todos somos vanidosos en mayor o menor medida. Pero, con el paso del tiempo, la política se convirtió en una profesión, muy bien retribuida, por cierto, y a ella accedieron personajes de medio pelo que se fueron apoderando de las funciones tradicionalmente reservadas a los funcionarios, patrimonializándolas y obteniendo de ellas pingües beneficios. Poco a poco fueron progresando: piso propio, chalet en zona residencial, coches, vacaciones doradas, vástagos en colegios privados y brillantes carreras, cuentas bancarias abultadas…, y todo ello ante nuestros atónitos e incrédulos ojos. La sociedad se preguntaba: ¿pero cómo es posible que ese inútil medre de esa manera? Robaban impunemente, todos lo sabían y todos lo admitían.

Hay que atribuir a los partidos emergentes el mérito de haber contribuido a crear una ética muy exigente con la gestión pública y, a pesar de que sus formas no son siempre las más adecuadas, su lucha por la regeneración democrática es encomiable. Lamentablemente, muchos corruptos han salido impunes, de momento al menos.

Dicho esto, la citación de Rajoy como testigo en el caso Gürtel debiéramos verla con normalidad, como una manifestación más de esos nuevos tiempos. Eso sí, teniendo muy claro que quien presencia un asesinato es testigo, no el asesino.

Decía mi querido profesor de Derecho Penal Antonio Beristain Ipiña que esta rama del derecho es, en realidad, un manantial de libertades. No sé si opinará lo mismo nuestro Presidente del Gobierno, pero no parece que le preocupe mucho comparecer ante la Audiencia Nacional. No tiene motivos para ello siempre que el Presidente del Tribunal cumpla su cometido y ejerza sus funciones con neutralidad y responsabilidad. Viene esto a cuento porque en el desarrollo de este proceso se permitió a las fiscales y al resto de las acusaciones interrogar a los inculpados y a los testigos sobre cuestiones ajenas al objeto del juicio, haciendo un totum revolutum con todas las causas abiertas y olvidando que el Tribunal debe ceñirse al marco temporal y material del proceso. Si las partes invocan el precedente y los juzgadores se sienten presos de su permisividad, Rajoy lo pasará mal.

En todo caso, ni Rajoy, ni los medios, ni la sociedad deben olvidar que el testigo, por definición, es una persona ajena al proceso que es llamada al mismo para que preste declaración de ciencia sobre hechos presumiblemente relevantes en orden a la averiguación y constancia de la perpetración de un delito.

No hay que olvidar que, precisamente porque estamos viviendo tiempos de regeneración democrática, la testifical de Rajoy en un asunto que toca directamente a la corrupción de su partido tendrá trascendencia política y mediática insoslayable.

Mariano debiera recordar la letra de aquella canción de Joan Báez: «si no peleas contra la corrupción, acabarás formando parte de ella».

 



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