Darle tiempo a Trump

 

 En Estados Unidos ya gobierna Donald Trump. Y en más de medio mundo igualmente. Alcanzó la  zona en la que se maniobra el destino planetario: la Casa Blanca.  Quizás nunca pensó asumir ese gravamen. Protegió la idea debido a los embates recibidos y las divergencias electorales de las primarias  en su contra, cuando ni su propio partido republicano  le  garantizaba nada.

Consiguió lo inesperado y eso, en la nación madre del béisbol, se puede comprender con un comentario muy  expresado en el juego del  bate: “Si vives pensando en las estadísticas, te limitas. Ahora bien: si tu objetivo es la consistencia, entonces los números te darán el triunfo”.

Con Trump  aconteció eso. Añadamos a ello la opinión nuestra al día siguiente de conocerse la victoria del potentado:

“La holgada victoria de Donald Trump  ha sido un batacazo histórico, apabullante, demoledor,  lanzado sobre los grupos de opinión insertados en  los inmovibles aposentos de los Mass Media y que, sin medias tintas, estaban  convencidos  de poseer un  ciclópeo poder sobre la opinión de los ciudadanos, grandiosas corporaciones y organismos gubernativos. Mayúsculo  resbalón”.

Es ahora, instalado ya en el Despacho  Oval cuando se puede  juzgar al protagonista viendo lo que hace  y no a cuento de  lo  dicho cuando era meramente un ciudadano sin decisión gubernamental.

  La inocencia política no es condición limpia cuando se puede erróneamente convertir en una  osadía.  Gobernar es usar el sentido común por otros cauces: la práctica  inteligente de escuchar  y las lecciones de la historia.

La izquierda europea de variado pelaje  está contra Trump  al ignorar que los republicanos  habitualmente empiezan las conflagraciones y las acaban los demócratas lanzando proyectiles letales.

 Mucho antes, al principio del nacimiento de los surcos yanqui con la vigorización del país  tras la Guerra de la Secesión, los confederados -  esos republicanos y demócratas de hoy -  florecían en una sola idea hacia el cambio. Con posteridad existieron matices diversos y graves entre los dos grupos. La esclavitud, el más incendiario.  Actualmente  no les separa nada. La recesión del año 29 del pasado siglo, es la misma de ahora, sólo que en lugar de Windows y móviles, había utilitarios Ford y en la radio  Orson Welles recitaba poemas de  Walt Whitman antes que llegara la invención de sus marcianos atacando  una granja en “La guerra de dos mundos”.

Suele ser costumbre en algunos pueblos dar a sus gobernantes  aupados  al poder cien días de gracia antes de levantar la veda de la lucha frontal.  No creemos que a Trump se le conceda esa prerrogativa no escrita. Primero: su carácter baladrón se lo impide; y segundo: la situación norteamericana tras las elecciones de noviembre ha quedado hondamente dividida como  nunca lo ha estado a lo largo de su historia.

A la expresión: “Yo no he votado al presidente, y aún así será el mío tras haber jurado el cargo en la escalinata del Capitolio”, quizás  le falte unanimidad; no obstante, al ir trascurriendo los días y conocidas las primeras medidas administrativas salidas del número 1600 de la Avenida Pensilvania, el viento irascible de hoy se calme y lo veamos  convertido en suave  brisa.

Esta poca empatía se deba a que en los mentideros de Washington  se dice que carece de un programa claro al no haber despertado aún del triunfo  obtenido.

En ese escenario  - exceptuando Rusia - las naciones occidentales  se hallan segmentadas ante el nuevo presidente-empresario. La Unión Europea, históricamente  unida a Estados Unidos, sobrellevando aún dudas y sorpresas, no ha  podido asimilar la arribada  de la “era   Trump” revestida de incertidumbres.

La primera  ofuscación hasta los momentos proveniente de Bruselas y  sucedió el lunes. Ese día  los miembros comunitarios  hicieron frente común ante el flamante inquilino de la Casa Blanca, al haber dicho éste que  la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN),  “era una entidad obsoleta”, agregando también que el proteccionismo financiero hacia la UE “acarreaba consecuencias negativas para Norteamérica”.

Al quite de las protervas voces  estaba Vladímir Putin   saliendo en defensa del nuevo líder, algo dificultoso de asimilar aún tras los encontronazos tenidos con Barack Obama. El “nuevo Zar” de Moscú expresó que Donald “es victima de una campaña cuyo principal fin es socavar su legitimidad como presidente”.

Y así nos hallamos  cuando en la capital  belga que vio nacer a Marguerite Yourcenar,  autora de “Memorias de Adriano” – libro obligado para cualquier político -  alguien recordó  la frase que unos sitúan  en “El Cantar de Mio Cid” y otros con “Don Quijote”: “¡Cosas veredes!”, cuyo significado sería  “Lo que hay que ver!”.

En medio, algo evidente: hay incertidumbre con la llegada de Trump. ¿Lanzamos guijarros? Mejor esperar un tiempo prudencial. ¿Y si después de tanto batahola se vuelve un mirlo blanco?

 



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