Todos somos corruptos

La incorporación de Rita Barberá al Grupo Mixto del Senado ha recidivado la tradicional problemática que lo aqueja y que lo ha hecho acreedor del sobrenombre de «Unión Española de Explosivos».

Nunca mejor dicho, porque si el Grupo Mixto es una bomba de relojería siempre a punto de estallar, parece que ahora todos al unísono quieren quitarle la espoleta para que le explote a Rita y la catapulte fuera de esta institución obsoleta, inútil y refugio de políticos fracasados, salvo muy pocas excepciones. Este espectáculo nos proporciona un buen ejemplo de la distinta vara de medir y de lo cruel que es la vida política: si caes en desgracia, te masacran sin piedad.

Veamos. Rita Barbera está siendo investigada por una donación que hizo al partido que presuntamente le fue reintegrada con dinero negro. Es algo que está por demostrar. Cierto que sobre el PP valenciano pesan el caso Imelsa, el caso Taula, el caso Rus y la financiación irregular del partido, y que resulta difícil creer que Rita viviera en una nube y desconociera la existencia de tantas irregularidades, pero cierto también que está siendo investigada por el Tribunal Supremo por un supuesto delito de blanqueo por el módico importe de 1000 euros.

Sobre la base de esta premisa, ¿podemos calificar a Rita Barberá como corrupta? ¿La corrupción admite grados? ¿Cómo habríamos de calificar el fraude de los ERE? ¿El diputado Francesc Homs, acusado de desobediencia, malversación y prevaricación, es un corrupto? ¿Por qué nadie le ha pedido que abandone su escaño? ¿Qué es la corrupción?

La corrupción es tan antigua como la humanidad. Suele decirse que acompaña al hombre como la sombra al cuerpo. Pero su concepto se ha ido estrechando a partir de la crisis y de la evolución de la sociedad hacia un concepto más estricto de la ética. Por seguir con Rita Barberá, hace unos años recibir un Vuitton como regalo se enmarcaba en unos parámetros admisibles. Su valor es bastante inferior a los regalos navideños que hacían las Cajas de Ahorros a los políticos miembros de sus órganos de gobierno o a las cestas de Navidad que año tras año la práctica totalidad de las instituciones hacía llegar a sus miembros, a su personal y a los periodistas que cubrían la información. Hoy día, esas liberalidades serían causa de investigación penal.

El error en el que solemos incurrir de forma reiterada es el de juzgar hechos pasados con la ética del presente.

¿Qué es entonces la corrupción? Al momento actual es cualquier actitud o actividad que transgreda la ética social imperante, que, por cierto, es muy estricta con los casos ajenos y permisiva con los propios. En esta acepción, todos somos corruptos. Quién, ante la pregunta del fontanero que ha venido a hacer una pequeña chapuza en casa «¿con IVA o sin IVA?», no le ha contestado: «¿Usted qué cree?». Con esa respuesta nos convertimos en defraudadores. ¿Qué padre no se interesa por su hijo ante el profesor amigo o ante el miembro del tribunal conocido? ¿Sería un buen padre si no lo hiciera? Al hacerlo está incurriendo en tráfico de influencias. ¿Qué juez a lo largo de su vida no ha dictado una sentencia de «amigo» sin perjuicio de terceros? Sería un juez prevaricador. ¿Cuántos profesores de los que imparten clases particulares a domicilio o en su domicilio declaran sus ingresos? También serían defraudadores. El propio legislador ha validado un cierto margen de corrupción cuando desde el año 2012 establece la prohibición de pagar en metálico cantidades superiores a 2500 euros cuando una de las partes sea un profesional o empresario. Por debajo de esa cantidad parece que se permite el fraude. Siendo esto así, seamos cautos a la hora de juzgar a los demás. Recordemos lo de la paja en el ojo ajeno.

Pensemos, por último, que la corrupción en España suele ser sobre lo que sobra y no sobre lo que falta, como en África.

 

 



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