La presunta chapuza, el presunto chapucero, las víctimas y el periodista impresentable

Un amigo mío me preguntó el otro día: ¿Ignacio, gilipollas lleva tilde? Yo le contesté: no, pero se acentúa con el tiempo.

No voy a hablar hoy de gilipollas, sino de impresentables.

Días atrás, uno de los diarios de mayor circulación de la región se hacía eco de unas presuntos defectos procedimentales en un sumario que tuvo relevancia en nuestro territorio que, según el periodista autor del artículo, pueden desembocar en la nulidad de las actuaciones y, por tanto, en la necesidad de repetir todo lo actuado.

La información, en cuanto al fondo, es tan veraz como la predicción de la TPA para el pasado lunes: anunciaba fuertes chubascos y disfrutamos del segundo mejor día del verano. Con “amigos” así, para que necesitamos enemigos.

Es triste pensar que existan periodistas de esa calaña que no saben distinguir entre información y opinión. Si optan por informar, hay que respetar la verdad; si opinan, que escriban en la sección “Cartas al director”.

Lo que no es admisible es que se publique una información que para nada se ajusta a la realidad, máxime cuando el asunto pende de una resolución de un órgano superior -que ya veremos qué es lo que decide- llevando la inquietud y la zozobra a ciudadanos que al día de hoy nada tienen que ver ni que temer del resultado final.

Pero si el fondo falla, la forma da pena. Se cita por enésima vez a tres personas cuya situación procesal nadie ha discutido y que, en consecuencia, nada tienen que ver con el procedimiento. Y se hace para zaherir, para estigmatizar.

Me interesé por el informador y en el foro lo tachan de impresentable.

¿Cuál es la noticia? Parece claro que la presunta chapuza y, en su caso, el presunto chapucero.

Pues no, acaban siendo noticia las víctimas, en especial tres de ellas, que han quedado fuera del asunto y sobre las que nadie alberga ninguna duda procesal.

¿Cui prodest (¿a quién beneficia)? A nadie, y perjudica a todos.

La perdida de credibilidad es lo peor que le puede ocurrir a un periodista. En periodismo, no todo vale.

¿Cuáles son los límites de la libertad de expresión?

Como claramente explicita el Código Deontológico de la profesión, en el tratamiento informativo de los asuntos en que medien elementos de aflicción en las personas afectadas, el periodista evitará la intromisión gratuita y las especulaciones innecesarias.

La información es un derecho fundamental y sus titulares son los ciudadanos que

tienen derecho a recibir una información veraz y a la que nos estamos refiriendo, no lo es.

¿No es una derivación de la corrupción una información no imparcial, no objetiva, con la que se inflige un daño innecesario e injustificado a personas que no tienen la obligación de soportarlo?

El pasado sábado vi un documental sobre la Inquisición y me preguntaba en qué han variado los métodos, y la respuesta era, en nada. Durante la Inquisición se quemaba a los ciudadanos en la hoguera; ahora se les dilapida ante la opinión pública.

No estaría de más que el periodista impresentable leyera el informe de la Comisión Hutchins de cuyos postulados se derivó todo el desarrollo de lo que se conoce como doctrina de la responsabilidad social de la prensa.

La democracia, el estado de derecho, conforman un elenco de derechos y deberes a los que la prensa no es ajena, pero ambos forman parte de un lienzo inacabado al que aún le faltan muchas pinceladas.

Decía Rodrigo Uría que “la decencia es la manifestación estética de la ética”; Einstein sostenía que” la verdadera crisis es la crisis de la incompetencia”, Shakespeare que “desdichado país donde los idiotas conducen a los ciegos” y nuestro Tribunal Constitucional que “no hay mayor discriminación que no discriminar”. Yo añado que “hay gente que tiene el cerebro comunicado con el culo, cada vez que hace algo, la caga”.

Soy optimista por naturaleza. Me levanté de la cama, me aseé, desayuné y me dispuse a vestirme. No sabía qué ponerme. Ante la duda, me puse feliz.

 



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