La no-enseñanza de la política francesa

¿Recuerdan ustedes el entusiasmo de la izquierda española y de sus voceros intelectuales y mediáticos ante el ascenso de Hollande a la presidencia de Francia? ¿Lo recuerdan o no lo quieren recordar? No solo iba a ser el anti-Merkel, de la que nos iba a liberar, sino que iba a poner en marcha una política expansiva (¿inflacionista?, ¿de endeudamiento?: nadie lo dijo nunca) que iba a crear riqueza y empleo. Tras su ejemplo, salivaban entusiasmadas, toda Europa iba a cambiar. En fin que, como al faro de Cuideiro, que lo iban a poner más alto para que alumbrase al mundo entero, Hollande, y sus políticas Krugmanianas nos iban a llevar todos a la tierra de Jauja.

 

Lo que hay hoy, como aquí ya predijimos en su día (Silencios clamorosos), es la repetida conversión a la realidad de Hollande, la política francesa y el socialismo francés. Porque no se trata de la conspiración de los mercados o de la crueldad del maligno capitalismo, sino de una elemental, pedestre y desesperante evidencia: "de donde no hay no se puede sacar" o "hay lo que hay", y frente a eso no valen ruegos a los dioses, conjuros a los espíritus de Marx o Keynes, imprecaciones o deprecaciones. (Por cierto, todo ese autoengaño, toda esa fe en los milagros ya pasó antes con Obama, antes con Blair, etc.)
¿Es una enseñanza para los predicadores de aquí de maná gratis y multiplicación de los panes y los peces?
No. Es una no enseñanza. Seguirán predicando lo mismo -amarrar los pulpos con sardinas de abareque, dar euros a cinco céntimos- y salivando cada vez que emerja en cualquier parte del mundo otro predicador semejante a ellos.
Porque la fe como digo siempre "es no creer lo que vemos" (en virtud de creer solo en lo que queremos creer).
Por eso no aprenderán, y porque para engañar a la gente hay que seguir prometiéndoles lo imposible, que es lo que quieren oír.



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