Pujol y la justicia

El pasado sábado seguí un programa de debate en una cadena de televisión en el que se abordó como tema estrella el relativo a la familia Pujol y sus cuentas en paraísos fiscales. Nada nuevo se dijo sobre lo que ya habían publicado los medios de comunicación. Sí se abordaron dos cuestiones sobre las que creo que es conveniente reflexionar para constatar hasta dónde se puede llegar en la práctica del fariseísmo, por un lado y, por otro, el ínfimo nivel alcanzado por la justicia en cuanto a sus cotas de credibilidad y de respeto.

 

Parece ser que este feo asunto -que desde mi punto de vista supone el golpe definitivo al proyecto independentista que, por lo que se ve, no perseguía intereses muy puros- se destapa a partir de los comentarios y posterior denuncia de la novia del hijo mayor del ex presidente Pujol.

En el programa en cuestión se hacía aparecer a la novia como una heroína, valiente y decidida con la que España y los españoles tenían contraída una deuda de eterna gratitud por haber destapado un asunto tan turbio.

El periodista de El Mundo que ya había dado cuenta de esta cuestión, enfatizaba tales méritos y solicitaba para la interesada todo tipo de reconocimientos.

 

La realidad es muy distinta. La novia en cuestión había sido objeto de malos tratos por parte del primogénito de los Pujol -comportamientos que por cobardes y abusivos, repudiamos- y dado que las denuncias ante los Mossos se tornaban peligrosas dada la personalidad del autor, decide liarse la manta a la cabeza y denunciar los transportes de dinero masivos y en metálico desde Andorra a Madrid, así como las conversaciones del maltratador con su familia, causa y origen de la situación actual.

 

Por tanto, de heroína nada. Actuó por venganza y por resentimiento. ¿En cuántas ocasiones, aunque fuera indirectamente, se habrá beneficiado de ese dinero de dudosa procedencia? ¿Con qué dinero pagaba el primogénito los gastos de la pareja?

Ciertamente cabe apelar a aquella famosa frase de Maquiavelo "Cuando el acto acusa el resultado excusa", pero de heroína nada de nada.

Si esto se hubiera producido en la época de los romanos, seguramente se hubiera repetido la frase "Roma no paga traidores".

No hay cosa más peligrosa que una mujer despechada.

 

En el transcurso del debate salió a relucir la laxitud y pasividad con que las autoridades judiciales catalanas contemplaban este asunto, que contrastaba con la contundencia demostraba a la hora de actuar contra los ciudadanos de a pie. Más aún, el periodista de El Mundo llegó a calificar de "sinvergüenza" al Fiscal Anticorrupción de Cataluña.

 

 Debo confesar que nunca había oído un calificativo tan duro contra un miembro de la carrera judicial. Seguramente el periodista en cuestión contará con los elementos de juicio y las pruebas necesarias para avalar tan contundente epíteto. Pero es la muestra evidente del poco respeto y de la poca confianza que genera en la sociedad el poder judicial.

 

Es un demérito ganado a pulso. Además de las razones que pueda tener el periodista de El Mundo para proferir tan grave insulto, hay razones objetivas que avalan esta opinión.

En primer lugar, determinados sistemas de acceso a la judicatura, no garantizan la debida, necesaria y obligada preparación que deben tener los jueces. No es casual que cuando leemos un Auto o una Sentencia y nos echamos las manos a la cabeza por su falta de motivación o por lo ininteligible o confuso de sus argumentaciones, al indagar el origen de su autor, constatemos que no es un juez de oposición. Cualquiera pueda contrastar esta aseveración. Es un problema que está ahí, que dinamita la seguridad jurídica y que no se resuelve con la manida frase "el que no esté conforme, que recurra" porque por el camino se está jugando con el honor y la credibilidad de las personas, que son mancilladas impunemente por este tipo de jueces.

 

Qué decir de los magistrados de designación autonómica. Que se pueda acceder al cargo por los votos de un Parlamento da idea de la calidad del estado de derecho que nos rodea. Y que conste que esta crítica la hago dejando a salvo a las personas elegidas, que me merecen todo el respeto, pero ser juez es una función, no un cargo.

 

Imaginémonos, al cambio, que acudimos a un hospital a que nos practiquen una intervención quirúrgica y al interesarnos por el cirujano que nos va a operar, nos dicen que, bueno, que en realidad no es cirujano, es un médico de medicina general designado cirujano por el Consejo de Administración del hospital. Seguramente nos arrancaríamos (repito, arrancaríamos) la cánula del suero y emprenderíamos una veloz carrera hasta encontrarnos en lugar seguro.

 

Lo malo es que del magistrado de designación autonómica no podríamos huir.

Afortunadamente, se trata de una figura a extinguir.

En definitiva, el poder judicial atraviesa una profunda y grave crisis a la que es preciso poner coto ya.

Hoy no basta decir "cuando lo dice un juez...”. Hoy hay que indagar qué juez lo dijo y de qué forma lo dijo. Las decisiones de los jueces no son válidas por sí mismas, sólo lo son si reúnen los requisitos de forma y de fondo exigible en un estado de derecho.

 

Para terminar, cinco aforismos de mi admirado juez Pérez de los Cobos:

-          "Las garantías legales son ambidiestras"

-          “Una cacicada puede hacer de un inepto un profesor de universidad o un magistrado del Supremo, pero, en ese caso, sólo la muerte puede evitar que el afortunado considere su suerte un acto de justicia y haga pleno uso de las prerrogativas propias del cargo"

-          "No hay nada más peligroso que encerrar a un imbécil con una norma jurídica y no es infrecuente que aquél manifieste hacia ésta una natural querencia"

-          "El mayor crimen que una mala formación jurídica puede provocar es el de privar del sentido común"

-          "La justicia no sólo no es ciega, sino que además de vista tiene olfato, oído, gusto y tacto".

 



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