El submundo de las estaciones de ferrocarril

 El pasado verano, en el obligado viaje al lugar de vacaciones, hecho en coche, la también obligada visita a los aseos de las gasolineras, me inspiró un artículo que publiqué en esta revista con el título "Guía para visitar el wáter de una gasolinera y no morir en el empeño", en el que daba cuenta del lamentable estado de los wateres de las estaciones de servicio, visitados por una fauna diversa que a duras penas merece el calificativo de humana.

 Este año, sustituido el coche por el tren, dos cuestiones concitan mi atención y me sugieren darles publicidad para general conocimiento.

 La primera, la relacionada con el medio de transporte propiamente dicho.

 El trayecto hasta León se hace en dirección contraria a la marcha, según se dice, por razones relacionadas con obras de infraestructura.

 Circular en dirección contraria a la marcha es, además de una tortura, un afeamiento de la idea que el turista pueda llegar a tener de Asturias. Una región ya de por si deficitaria en medios de comunicación ofrece una imagen tercermundista en el único medio de transporte que rozaba el aprobado.

 Viajar en dirección contraria a la marcha impide apreciar la belleza del paisaje. No es lo mismo verlo llegar que verlo pasar. Es la misma diferencia que existe entre cumplir años hasta los cuarenta o después de los cuarenta: la vida no se ve venir, se ve pasar. Hasta los cuarenta, uno avanza; tras los cuarenta, uno retrocede.

 La segunda es, quizá, la más llamativa, y no es privativa de Asturias. Se trata del submundo o mejor del inframundo que circunda los aledaños de las vías del tren en las inmediaciones de las estaciones.

 Huertas improvisadas enclavadas en terrenos que parecen no ser de nadie, proliferan por doquier.

 No es intrínsecamente malo que esto ocurra. Lamentable y ofensivo para la vista son las condiciones en que se desarrollan estas micro explotaciones agrícolas: tejados de retales de uralita, tuberías del mismo material que se utilizan como recipientes para almacenar el agua (¿la uralita no era material cancerígeno?), plásticos, cierres de latón o de puertas de madera raída, estiércol y similares, conforman un espectáculo visual poco edificante.

 Es difícil erradicar estas prácticas que, además, quizá constituyen un medio de procurar sustento e ingresos a familias que atraviesan una difícil situación económica, peo quizá también resultara posible someter tales minifundios a la exigencia de una mínimas condiciones estéticas y de salubridad que no atentaran, en lugares tan visibles, contra la belleza del paisaje de Asturias y salvaguardara la salud de sus habitantes.

 Aunque no hay que dramatizar porque es sabido que es de buen gusto que en una estancia exquisitamente decorada haya algo de mal gusto.

 



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