El cultivador de estrellas

El cultivador de estrellas

Al inicio de los tiempos un gigante cayó del cielo a un mundo desierto de vida. Cuando posó sus mayúsculos pies en tierra húmeda se llevó las manos a la cabeza y se arrancó miles de cabellos que desparramó sobre el sembrado vacío. De cada pelo surgieron bellos hombres y mujeres que se propagaron por el mundo como el polen llevado por el viento. El gigante se fue satisfecho de que su huerto diera unos frutos tan hermosos.

 

Tras siglos de ausencia, el viejo gigante volvió a la tierra que había cultivado. Se encontró con un lugar oscuro, habitado por sombras que vivían una existencia comatosa, su única razón de ser era caminar sin objetivo conocido alrededor del planeta siguiendo la línea del ecuador.

 

El padre de aquellos seres decidió entonces avivar el color del plantío enterrando, en la más alta cumbre del lugar, sendos saquitos de papel.

 

En los dos metió un leño y un trocito brillante de una estrella. La luz de la estrella calentaba la madera del leño dentro de cada saca bajo tierra.  El padre-gigante los dejó allí esperando que germinaran e iluminaran el mundo desde aquel techo.

 

En a penas unos días surgieron del terreno de la cima de la montaña dos seres de madera, idénticos en la forma a sus hermanos de sombras, pero coronando sus cabezas unas cabelleras luminosas como el sol. Uno se llamaba Rot y el otro Mos.

 

Rot, más ignorante, bajó de la montaña en busca de las sombras y éstas se abalanzaron sobre él arrancándole uno a uno sus cabellos de estrella y, así, iluminarse a sí mismas. Cuando Mos inició el descenso ya no encontró a su hermano.

 

Mos llegó a la llanura que cruzaban las sombras y, con su cabeza iluminada al máximo a voluntad, decidió no esperar a que ellas le robaran la luz sino que fue él quien les entregó la luz y calor que manaba de su cabeza como un sol diminuto, cuyo fulgor lamía y coloreaba los cuerpos de aquellos seres que dejaban de ser oscuros y fríos. Sin perder uno sólo de sus cabellos, sólo manteniéndose cerca, dándoles luz, calor, amor. Mos sabía que sólo podría sobrevivir si lograba reflejarse a sí mismo en las sombras.

 

Cien años más tarde el padre-gigante volvió a ver su sembrado: las sombras iluminadas por Mos habían sido capaces de irradiar su propia luz, como si éste hubiera activado en ellas un mecanismo oxidado por el desuso; sin embargo, las sombras que habían robado la luz de Rot, seguían tan oscuras como antes.

 

Quiso el padre-gigante saber de sus dos hijos, ambos hechos de madera y estrella:

 

De Rot sólo quedaba un resto irreconocible de madera putrefacta, como no podía ser de otra manera pues la madera muere como mueren los cuerpos de carne. Y ni rastro quedaba del material de estrellas que le fue robado simplemente porque él no supo utilizarlo. Rot era ahora una sombra más.

 

En lo alto de la montaña, como un faro magestuoso, encontró a Mos que era ahora una estrella posada sobre unas astillas mohosas. De una luz inmortal y atemporal. Mos irradiaba la misma inocencia y valor que iluminó a las sombras en su nacimiento.  Porque sólo la madera cumple años, sólo la madera envejece, como envejecen los cuerpos.

 

Responde a estas preguntas: ¿Qué es más viejo: tu cuerpo o tu mente? ¿Has perdido los dones que tenías siendo niño? ¿Qué hace que tu luz envejezca, incluso muera antes que tu cuerpo? ¿El paso del tiempo?
Yo no lo creo.

 

Gracias por un año de blog!!


José Ángel Caperán

 

jacaperan@gmail.com

@Jcaperan

 

Psicólogo y coach en Gijón

13 comentarios

  • # Eva Responder

    17/11/2012 08:30

    Gracias a ti José Angel, es maravilloso todo lo que cuentas y de valiosa ayuda.

  • # sofi Responder

    19/11/2012 12:32

    Gracias a ti por iluminarnos desinteresadamente. Yo creo que el tiempo nos hace más astutos y nos enseña a alejarnos de aquello que nos perjudica y nunca podremos cambiar, pues no hay quien ayude a quien no quiere ser ayudado, ni siquiera un profesional.

  • # José Ángel Caperán Responder

    19/11/2012 13:08

    Muchas gracias Sofi y Eva, cierto que no hay quien ayude a quien no quiere ser ayudado. Pero si no debiéramos pedir ayuda viviríamos solos en un asteroide como El Principito, si tenemos rodeados de gente es POR y PARA ALGO.

  • # sofi Responder

    20/11/2012 11:12

    Me refiero a que todos podemos ayudar a nuestros allegados con las cosas normales de la vida, pero cuando alguien dramatiza cualquier situación y no reconoce su obcecación,necesita un profesional. A los no profesionales nos arrancará la luminosa cabellera

  • # José Ángel Caperán Responder

    22/11/2012 09:03

    Cierto Sofi, de esto, como de fútbol, todo el mundo "sabe": un amigo te puede dar un consejo sobre lo que él haría, un profesional te dará una instrucción concreta fruto de un análisis objetivo y hablarás a tumba abierta de temas muy delicados sin temor.

  • # estrella Responder

    22/11/2012 21:35

    Viendo a mi hija de 3 años, veo felicidad, esponteneidad, simplicidad, sinceridad, creatividad, ingenuidad, amorosidad, cada segundo se muestra como es, sin máscaras. Me pregunto por qué cuando somos adultos, nos ocultamos en disfraces de otros, por miedo

  • # Heidi Metal Responder

    23/11/2012 23:29

    Aprender a pedir ayuda. Aprender q aunque la pidas, a menudo no te la dan. Aprender q a veces quienes te reprochan tu cabezonería y pesismismo, a menudo lo q no asumen es su propia incapacidad pra escuchar, comprender y ayudar. La ayuda, no es una receta

  • # Heidi Metal Responder

    23/11/2012 23:34

    Estrella, supongo que los niños tienen miedo cuando ESTÁN solos; los adultos tememos QUEDARNOS solos, y de ahí todo lo q se sigue de ello, empezando por la búsqueda de aceptación y todas sus máscaras. Un saludo (Jose, un par de caracteres más...)

  • # José Ángel Caperán Responder

    24/11/2012 17:04

    Buen razonamiento Heidi: los adultos tenemos miedo de QUEDARNOS solos. Esto provoca que nuestras relaciones de pareja siempre tengan un trasfondo de temor a la pérdida que, si lo unimos a una baja autoestima, acabamos atrapados en relaciones tóxicas.

  • # José Ángel Caperán Responder

    24/11/2012 17:18

    A nosotros, los que ayudamos, muchas veces se nos olvida escuchar y nos pasamos de expertos.Por eso la persona debe tener claro en qué quiere que se le ayude, si no acaba como Woody Allen yendo toda la vida al psicoanalista sin saber por qué ni para qué.

  • # Heidi Metal Responder

    25/11/2012 21:46

    Terapias a parte, creo q, sobre todo, la gente no escucha de puro stress. La escucha (activa) en sí, no es moco de pavo. Quizá la gente no escuche mejor porque se obceca con q tiene q aconsejarte y solucionarte la vida. Y normalmente no pedimos tanto...

  • # Marián Responder

    26/11/2012 10:25

    El pedir ayuda no significa que pretendas que nadie te resuelva el o los problemas, ya que la solución solo la conoces tú, a veces la ayuda es tan simple como hacerte ver las cosas desde otra perspectiva y ayudarte a pensar de otra manera, un pequeño empu

  • # sofi Responder

    26/11/2012 18:26

    Pues quizá sea eso, que cuando alguien nos cuenta un problema nos obcecamos en buscarle solución y no entendemos que sólo nos lo quiere contar y que eso, tan sólo contarlo sin recibir ninguna respuesta, ya le ayuda... Yo no lo entiendo, pero puede ser.

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