Abuelo mata a loro

Abuelo mata a loro

Los kilómetros de las carreteras mentales españolas estaban estos días jalonados por las porciones del chocolate del loro que fueron dejando y numerando los pequeños ahorradores, esa turba a la que pertenecemos pero que apenas conocemos de tanto atender cada cual a sus asuntos. Esto era así hasta hace un par de semanas en que varios vehículos pesados del parque móvil de las plantas nobles decidieron poner los restos del naufragio en cuarentena. Al pirata le han cambiado el loro por una bayeta, ese mismo loro que dentro de poco, a falta de chocolate, se zampará el abuelo. El termómetro de las apetencias mundanas se coloca bajo cero mientras este sol de los cambios climáticos ablanda las molleras de los prebostes. Definitivamente parece confirmarse aquello que hasta hace poco o no se creía o se le quitaba hierro: en contra de lo que pensaban las buenas gentes del pueblo, los céntimos sí tienen importancia. Hubo tiempos, aquellos días espléndidos, en que pensábamos que los más listos eran los holandeses, cuya casa de la moneda desechó el cobre del euro desde un primer momento. Unos decían que por molestos, otros, que por soberbia. Aquí todavía hay gente que no coge la vuelta de 9,99. Analizamos cada vez con más frecuencia estas pequeñas cosas para contrastarlas con la verdadera esencia del líder y sus aliados, todos ellos hablan continuamente de medidas, recortes, sacrificios, impuestos, ecopagos… Ampliamos la jornada laboral, reducimos los salarios, controlamos las preferentes, abrimos el banco malo y salvamos tan delicada situación con ese manual de aprenda en diez lecciones a combatir el caos y la ignorancia que se le presupone y que, constantemente, demuestra martes tras lunes. Efectivamente, el aumento de la zozobra comienza a ser directamente proporcional a la estupidez de los administradores. Como aquellas familias indianas venidas a menos que desplegaban por la mesa el chocolate del loro que se va a comer de un momento a otro el abuelo, así estamos, vigilando que no nos roben las peras que tenemos que llevarle a la señora para que vea que conocemos el camino de su casa, para que sepa que sabemos hacer lo mismo que su casa comercial hace una década. ¿Cómo no van a querer las madres casar a sus hijas con Guardiola? 

 

Ilustración: Long John Silver leading Jim Hawkins in The Hostage, illustration by N. C. Wyeth, 1911

Dejar un comentario

captcha